E l día que unos científicos dijeron que mascarillas sí. El día que otros científicos dijeron que mascarillas no. El día que unos expertos predijeron un futuro catastrófico sobre el virus que nunca llegó a cumplirse. Y el día que tiramos el ibuprofeno por los aires porque creímos que nos iba a enfermar todavía más. ¿Qué les pasa últimamente a los científicos? ¿Por qué se contradicen tanto? ¿Y por qué no se aclaran?

La pandemia de covid-19 ha expuesto los debates internos de la ciencia ante los ojos de la opinión pública. Porque con la llegada de esta crisis, todos hemos mirado hacia las batas blancas en busca de respuestas. Y eso que entre los expertos había más dudas que certezas. En estos meses, la comunidad científica ha investigado a contrarreloj. Ha publicado sus hallazgos a toda prisa. Y ha intentado responder a cuestiones que no estaban para nada claras. ¿El resultado? La tormenta perfecta para que brote la confusión.

«Todo el proceso de investigación científica ha quedado expuesto al debate público, desde las hipótesis hasta los resultados. Hasta ahora, lo normal era que de la ciencia solo trascendieran las certezas. Ahora también se están exponiendo las dudas, las controversias y los errores», reflexiona Gema Revuelta, directora del Centro de Estudios de Ciencia, Comunicación y Sociedad de la Universitat Pompeu Fabra.

«En el mundo de la comunicación ha pasado lo mismo. En circunstancias normales se filtra mucho la información para seleccionar solo aquella más sólida. Y se contrasta con expertos hasta tener un relato pulido y coherente. Pero ahora se ha intentado dar respuesta a preguntas que todavía siguen abiertas, sabiendo que muchas de las conclusiones podían desmentirse más adelante», añade.

En contextos de crisis, explica Revuelta, suele darse un cúmulo de fenómenos que de por sí vaticinan «una mezcla explosiva». Hay una gran demanda de información. Muchas preguntas por responder. Y pocas, muy pocas, respuestas. Y, mientras los especialistas se centran en intentar resolver los problemas en curso, «la incertidumbre se convierte en un terreno abonado para charlatanes e información chapucera», explica la experta en comunicación científica. Así ha ocurrido en la actual pandemia; una crisis en la que a veces ha fallado la ciencia y a veces ha fallado la comunicación.

Para evitar estas situaciones, la revista Nature ha publicado recientemente un manifiesto en el que una decena de investigadores hacen un llamamiento para que estas predicciones sean transparentes en su planteamiento y humildes en sus conclusiones. Para que el mensaje siempre esté claro.

En el terreno de la comunicación, la incertidumbre y la búsqueda de respuestas se convirtió, sobre todo en los momentos más agudos de la pandemia, en una cámara de eco para una ciencia poco sólida. El día en que un grupo de científicos franceses planteó que la nicotina podría tener un cierto efecto protector contra el virus, la hipótesis se viralizó como si de un hallazgo se tratara. Algo parecido pasó con los esperanzadores estudios sobre medicamentos como la hidroxicloroquina, que anunciaron sus éxitos mucho antes de haber logrado resultados. Lo mismo que ocurre ahora con los anuncios sobre la ansiada vacuna, que todavía está lejos de lograrse.

«Esta crisis nos ha recordado la importancia del sentido crítico, también cuando hablamos de ciencia. Un estudio por sí solo no puede sentar cátedra y que el conocimiento sólido se obtiene a partir de un destilado de muchos trabajos y revisiones. Muchas de las preguntas sobre esta crisis tardarán meses en responderse», recuerda Casino, también responsable de transferencia de conocimiento del Centro Cochrane Iberoamericano, una de las plataformas más prestigiosas dedicadas al análisis de la calidad de los estudios científicos. «Se ha puesto sobre la mesa que en ciencia hay mucha gama de grises y que hay que explicarlos», reflexiona. H