Benedicto XVI convirtió ayer al mediodía la beatificación de Juan Pablo II, celebrada en la plaza de San Pedro del Vaticano, en un acto de autoafirmación, en un momento en que las aguas de la Iglesia bajan revueltas por las críticas y el desafecto de un sector del catolicismo por la actuación de la jerarquía ante el escándalo de la pederastia. Ratzinger reivindicó en su homilía la figura de su antecesor, el Pontífice más popular de la historia, al que atribuyó el haber hurtado al "marxismo y a la ideología de progreso" la carga de esperanza que suscitaron en su día y haber convertido el catolicismo en un credo con futuro.

GIGANTE DE DIOS De paso, presumió de haber sido un estrecho colaborador del Pontífice polaco, al que tildó de "gigante de Dios", dando a entender que no es ajeno a los méritos de su mandato. La ceremonia, seguida por más de 300.000 feligreses, se convirtió, tal y como estaba previsto, en la más multitudinaria de las organizadas por el Vaticano.

La euforia llevó a algunas fuentes a hablar de un millón de asistentes, incluso de un millón y medio, un cálculo alejado de la realidad. 87 países enviaron una delegación oficial. No faltaron jefes de Estado (16), entre ellos el de Zimbabue, Robert Mugabe, sobre el que pesa desde el 2002 una acusación de la UE por crímenes cometidos contra su pueblo, aunque fue relegado a la última fila de autoridades. Los príncipes de Asturias lideraron la delegación española de 14 personas, entre ellas el ministro de Presidencia, Ramón Jáuregui.

La homilía del Papa alemán estuvo precedida de la declaración de Karol Wojtyla como beato entre el flamear de banderas polacas. El rito incluyó la presentación por parte de una de las religiosas que le cuidó y de la receptora del supuesto milagro, la también monja Marie Pierre Simon, de una reliquia, consistente en una probeta que contenía sangre del homenajeado, que fue expuesta a los asistentes.

FIESTA DEL TRABAJO Ratzinger inició la homilía indicando que aquel día de hace seis años, cuando se celebraron los funerales de su antecesor, ya se percibía en el ambiente "el aroma de su santidad" y que él se ha limitado a llevar a buen fin la causa de beatificación "con razonable rapidez", aunque "respetando la normativa de la Iglesia".

Benedicto XVI justificó la elección de la fecha, que se ha solapado con la fiesta del trabajo. Argumentó que se había escogido por el aprecio que el Papa polaco sentía por la fiesta de la Divina Misericordia, que recae en "el segundo domingo después de Pascua"; que el homenajeado había fallecido la vigilia de ese día, y que el 1 de mayo coincide con el inicio del mes que la Iglesia dedica a la Virgen María y la conmemoración de la memoria de san José Obrero. El Papa no olvidó los elogios hacia el concilio Vaticano II, del que tanto Benedicto XVI como Juan Pablo II han sido acusados de desnaturalizar.

DESCONCIERTO El pasaje más sustancioso de su intervención se centró en ensalzar al beato, del que dijo que "devolvió la fuerza" al catolicismo, debilitado, precisamente, por el desconcierto surgido tras el concilio, de acuerdo con el propio argumentario oficial de la Iglesia.

Al concluir la ceremonia, el Papa y los cardenales se dirigieron al interior de San Pedro para venerar al beato, cuyo féretro fue situado ante el altar mayor. Por la tarde, una cola interminable de feligreses pretendía hacer lo propio a la misma hora que en la plaza de la basílica de San Juan de Letrán, donde en el 2007 se celebró el cierre de la primera fase de la beatificación de Wojtyla, 50.000 jóvenes italianos que festejaban el día del Trabajo coreaban la estrofa "no queremos papas en Roma".