François Mitterrand (1916-1996), el hombre de estado, el personaje ambiguo, la esfinge sumida en los arcanos del poder, fue también el protagonista de una pasión amorosa casi trascendente que marcó tres décadas de su vida.

El político tenía 46 años, una esposa y dos hijos cuando conoció a Anne Pingeot, una joven estudiante de 19 años, apasionada del arte y la literatura, procedente de una familia burguesa católica de provincias.

Su encuentro en la playa de Hossegor, una tarde de 1962, desembocaría no solo en una dilatada relación clandestina -Mitterrand jamás se separó de su mujer, Danielle Gouze- sino en una increíble historia de amor que alcanzó su cenit con el nacimiento de Mazarine el 7 de diciembre de 1974. Una hija que permaneció en la sombra hasta que la mayoría de los franceses la descubrieron junto a su madre Anne un jueves 11 de enero de 1996 en los funerales del hombre que había ocupado el palacio del Elíseo durante 14 años.

El romance alimentó el diario que, de 1964 a 1970, Mitterrand dirigió a Anne Pingeot con expresiones amorosas manuscritas, recortes de prensa, reproducciones de cuadros o entradas de cine. Recorrió, asimismo, las 1.218 cartas que el político socialista le envió hasta 1995.

En vísperas del centenario de su nacimiento, el próximo 26 de octubre, la editorial Gallimard ha publicado estos documentos excepcionales en los que se mezclan la escritura íntima de Mitterrand con pasajes de la vida política, paseos por el campo o complicidades artísticas.

El hombre de letras que fue Mitterrand poblaba sus escritos de poemas y relatos, de referencias a Dostoievski, Semprún o Aragon. Un entusiasmo literario que compartía con Anne Pingeot, futura conservadora del Museo d’Orsay y pieza clave en la relación que el presidente mantuvo con la cultura. A pesar de las numerosas obras que se han escrito sobre Mitterrand, que solo en el tramo final de su vida se atrevió a mostrar en público parte de su vida privada, la pareja que formó con Anne Pingeot se mantuvo siempre entre brumas.

Hoy, sus secretos salen a la luz revelando sentimientos básicos, a veces casi adolescentes, de un Mitterrand celoso, ansioso, a veces colérico. Una correspondencia que traduce el sufrimiento y la soledad que ese amor le provocaba. También las dudas y las tensiones de la vida de la pareja. O sus afinidades espirituales, incluso religiosas.

«Termino esta carta y todavía no te he dicho que toda mi sangre arde por ti, que mi cuerpo está perdido de deseo, que bebo en ti, mi lago secreto, que te amo hasta consumirme», escribe desde Nueva York el 4 de diciembre de 1967. Mitterrand redacta en cualquier sitio. En los aviones, en la Asamblea Nacional, en el Senado. Y en cualquier parte del mundo. «Me dejo llevar por la ola de las cosas y los días hasta el punto de olvidar lo esencial, tú y yo», le dice a Pingeot, a la que llama «Animour».

Las Cartas a Anne y Diario para Anne son al mismo tiempo el relato novelesco de una pasión amorosa y el de una vida política. La correspondencia retrata a la mujer invisible que ha sido Pingeot. Conservadora honoraria del Museo d’Orsay, a sus 73 años Pingeot ha cedido las cartas de su amante, pero no las suyas. La persona que vivió siempre a la sombra del político ha optado por irse al extranjero y permanecer en un segundo plano durante la promoción de los libros.

Tras décadas de silencio, con su publicación permite que las pruebas de amor de Mitterrand no se dispersen y las sitúa en un lugar privilegiado de la historia política y de la literatura francesa. «Mi felicidad es pensar en ti y amarte. Has sido la suerte de mi vida. ¿Cómo no amarte más?», le escribe Mitterand 33 años después de la primera carta y cuatro meses antes de su muerte.