Los peces de aguas cercanas a Fukushima han empezado a incorporar en sus organismos la radiactividad emanada de la central nuclear. Era de esperar: el agua llega al mar en forma de filtraciones desde la central y en menor medida al asentarse los materiales transportados por el aire y los ríos que drenan la zona.

En las aguas aledañas se han llegado a medir 47.000 becquerels por litro de cesio-137 y 180.000 de yodo-131, cuando lo habitual antes del tsunami oscilaba entre 1 y 3 en el primer caso (el yodo-131 ni se detectaba). También se han localizado trazas de cesio-134, telurio-132, bario-140, rutenio-106 y molibdeno-99, entre otros isótopos radiactivos o radionucleidos de nombres complejos.

Si el agua estaba contaminada, era lógico que su fauna también lo estuviera. Sin embargo, la prohibición definitiva de pescar en las prefecturas más cercanas a Fukushima no se decretó hasta esta semana tras detectarse en Ibaraki dos anguilas de arena con 4.080 becquerels de yodo-131 y 525 becquerels de cesio-137 por centímetro cúbico.

Para determinar lo que es peligroso o no, lo que se hace normalmente es medir la cantidad de radiactividad por unidad de masa (en becquerelios por kilo) y transformar ese dato a sieverts, que es la unidad que estima el efecto biológico sobre el hombre, resume Joan Francesc Barquinero, profesor de la Unidad de Antropología Biológica de la Universidad Autónnoma de Barcelona (UAB).

En España, menos

Una vez realizada la conversión, según las autoridades japonesas, el pescado de Ibaraki presentaba una radiación de entre 1 y 5 milisieverts (mSv) anuales, es decir, que si una persona consumiera ese pescado durante un año, según una dieta estándar, su cuerpo asumiría esa cantidad de radiación. Esa dosis es similar a la que cualquier humano recibe de todas las fuentes naturales, como la radiación cósmica o las emanaciones de radón, a lo largo de un año.

"Que un pescado esté contaminado no significa obligatoriamente que su consumo puntual implique sobrepasar el límite anualO, precisa Barquinero. Eso sí, el profesor insiste en que para el público en general no se debe sobrepasar una exposición de 1 a 5 mSv anuales, ±aunque depende de cada país y en España es justamente de solo 1 mSv".

Los elementos de corta vida radiactiva no se detectarán más que en las primeras semanas, pero otros, como el cesio-137 y el rutenio-106, permanecerán durante muchos años. En función de la persistencia de los radionucleidos, "ciertas especies podrían estar contaminadas a niveles significativos y justifican un programa de vigilancia", subraya un informe del IRSN, la autoridad nuclear francesa.

"Las partículas radiactivas permanecerán menos tiempo en el agua, donde se acabarán diluyendo, que en los seres vivos que las absorben y las incorporan a sus organismos", prosigue Barquinero. En humanos, el cesio, por ejemplo, se fija en los huesos, mientras que el yodo lo hace en la tiroides.

Al margen del pescado, también se ha extremado la vigilancia en intalaciones dedicadas al cultivo de moluscos y algas debido a su peculiar naturaleza. De hecho, la capacidad de acumulación depende mucho del metabolismo de las especies. "Si el factor de concentración por yodo en el caso de un pez es 15, en las algas es 10.000", dice el IRSN.

Sin embargo, aún es demasiado pronto para valorar si la situación es una catástrofe ecológica de gran magnitud o bien simplemente un desastre de ámbito localizado. Algunos de los radionucleidos son solubles, por lo que lo lógico es que sean transportados por las corrientes marinas y se dispersen por el ancho del mundo. Otros tienen tendencia a fijarse en las partículas en suspensión, por lo que no llegarán lejos y se instalarán en los fondos oceánicos más cercanos a Japón.