TEtl tren se desliza silencioso, siseante... Acabas de acomodarte junto a la ventanilla. Se queja una puerta con finura y aparece una azafata con sonrisa que te sirve cava helado y frutos secos. Al instante, un mozo donoso te entretiene con prensa selecta. El paisaje nevado se sucede. Disfrutas del calor mientras miras el frío. Sorbes cava chispeante, lo contrastas con el estímulo salado de las almendras... Miras, lees, bebes, comes... La puerta vuelve a quejarse, la azafata vuelve a desarmarte con sus dientes blancos. Esta vez trae una toalla caliente para tus poros.

El tren devora ciudades con puntualidad: Alcalá, Guadalajara... No te acabas de creer tanto deleite. Estás acostumbrado a esos talgos extremeños de asientos imposibles, a esos camellos a la velocidad del carbón... Y ahora, de pronto, todo es mimo, exquisitez y eficacia. Saliste de Badajoz a las 7.35 horas. Llegaste a Madrid a mediodía. Ahora vas a Zaragoza en 90 minutos.

Pero no compares este Altaria con los talgos de posguerra de tu tierra. Olvídate del subdesarrollo y disfruta. Sé sofisticado, no llorón. Ya retorna la azafata con un hojaldre de verduras, con un ragú de ternera, con queso, vino, pan, mantequilla, bombones, café... Al rato, el mozo donoso te embauca y adormece con un dedito de licor. Te abandonas, vas a cerrar los ojos y una voz de vicetiple te anuncia la llegada a Zaragoza. No se puede tener de todo: en los trenes extremeños no habrá toallas calientes ni mozos donosos, pero te duermes unas siestas de ferrobús.

*Periodista