Una sequía atroz, de verano y estío, y el primer día de caza, a llover. También es mala suerte, córcholis. A la del alba ya había caído un poquito de agua. Suficiente en todo caso para mojar el pasto reseco y para que te dejara pingando los bajos de los pantalones.

El famoso frente que entraba por Portugal no ha sido para tanto. Mucha nube y mucho cielo gris, pero poca cosa en general. Lo habrán agradecido los perros, sobre todo los perros de las rehalas y todo ese guirigay de las monterías; porque, al menos nosotros, los de la caza chica, apagamos la sed de nuestro perro con algo de agua que llevemos en la mochila.

Al grano. Escopeta, perro y canana, y la tierra por delante. ¿Cómo son las cosas? Al principio la liebre ¿aguanta más o menos? Ni que estuviera fogueada. Para una que salió, lo hizo en las quimbambas; tanto, que ni Ari se dio cuenta y sólo se descompuso de nervios cuando le llegó el tufo de la cama. A buenas horas, la rabona ya estaría en Portugal, seguramente.

Item, la perra, a pesar de los años, como nunca. Si la dejo, ella solita para, me mira, mide la distancia que nos separa y sigue con lo suyo. La vaina de la mañana estuvo en ese chirimiri, apenas perceptible, que, racheado, me empañaba los cristales de continuo. Venga parar para tirar del pañuelo y secarlos.

Al cabo de bastante rato y frecuentando ya los bajíos de las retameras del Coriano, el susto fue morrocotudo, porque de un retamal espeso, en el que no se veía palmo, levantó una perdigocha que hizo tal estruendo al arrancarse que por poco me mata. No hay más que poner la escopeta derecha y reportarse, como decía el maestro de Valladolid. Esa es la caza fetén, la caza por antonomasia. Y todo lo demás, mandangas.

Luego, cada uno contará la feria como le haya ido. Tiene que haber habido bolos a tutiplén, porque la caza chica es un desastre. Y lo que te rondaré, morena. Nos conformaremos con las de bote. Y gracias.