El psiquiatra Lluís Borras recuerda que Natascha estaba aislada y en una edad muy influenciable, por lo que el raptor se convirtió en "su único punto de referencia" para aprender. La forma de sobrevivir ante la soledad y la incomunicación, explica, fue "buscar una corriente afectiva positiva hacia su captor, lo que también le podía propiciar beneficios como mejor comida o condiciones de habitabilidad". Es el síndrome de Estocolmo.

"El secuestrador, 26 años mayor --continúa Borrás-- aprovechó la superioridad que le confería su experiencia y su cualidad de educador para efectuar una auténtica manipulación mental de la niña, enseñándole unos valores a su medida, y a desarrollar la sexualidad que a él le convenía, justificando el alejamiento de la sociedad a que la tenía sometida y probablemente poniéndola contra su familia". Un lavado de cerebro similar y más grave al de quienes se encuentran atrapadas en una secta. Huyó en un momento lúcido.

"Las palabras de Natascha, incoherentes, en las que no brilla la indignación ni el odio hacia su secuestrador, indican la gravedad de la situación mental que debe tener y el grado de manipulación que ha sufrido". Cuando dice que él fue parte de su vida, muestra afecto hacia su captor, según Borrás. "Sigue creyendo que lo vivido con el secuestrador no era malo o incluso era una buena opción y parece haber borrado hasta el recuerdo de su familia". CAROLINA ABADIA