Vamos al lío! ¿Un restaurante de pegolete en Extremadura? ¿Un restaurante de esos que aquí, en Extremadura, parece estar en cierto olvido y al que, sin embargo, peregrinan nuestros vecinos andaluces? ¿Un restaurante extremeño hasta las trancas, metido de hoz y coz en nuestra manera tradicional de cocinar y, al tiempo, que mira al mar del Sur? ¿Un restaurante sin estrella, pero que bien merecería tenerla? ¿Un restaurante inteligente? ¿Un restaurante en la Ruta de la Plata, del oro y del foie? Tal y tal… y Antonio Parra.

Séase El Rinconcillo. A mí con los restaurantes me pasa como con las plazas de toros. Tengo días. Días en que la más bella es aquella en la que me siento, y días en que me siento en otra. Así que suelo decir que tal o cual plaza está entre las siete u ocho más bellas de España y aún del orbe taurino (que es España y mucho más que España). Con los restaurantes, lo mismo. Limitándonos a cuanto abre sus puertas en Extremadura diré, a lo sumo, que tal o cual restaurante está entre los siete u ocho mejores de la región. ¿Acaso es más bella la Era de los Mártires que el Coso de la Piedad? ¿Acaso alguien puede negar que la plaza de toros de Barcarrota es una de las más bellas de España? Pues eso.

O sea, El Rinconcillo. No sé si es el mejor restaurante de Extremadura. ¡Bien pudiera serlo! Pero, para no mancharme de sangre las manos, afirmaré, rotundo y marcha atrás, que está entre los siete u ocho mejores. Sin duda. Y afirmaré también, sin duda, que bien pudiera adornarle alguna de esas medallitas que adornan a otros con menos méritos.

El Rinconcillo está en la plaza de Monesterio. La del camino. La de toda la vida. La de los bocadillos de jamón en El Puerta del Sol. Apeadero sentimental de todos nosotros. Los que hemos bajado a Sevilla y hemos vuelto a subir. El Rinconcillo me huele a obligaciones profesionales en la capital hispalense y a azahar. A feria. A toros. A buena gente. A churros en El Ronquillo. A magras con tomate en Las Pajanosas. Y vuelta.

Pero El Rinconcillo es un dos en la quiniela. Es, en el camino, un restaurante de campanillas. Con tele, pero de lujo, si a ustedes no les asusta la palabra. Antonio Parra, dueño y cocinero, es un alma inquieta. Un marinero en tierra, que --desde el tejadillo de su restaurante-- huele las mareas. Y el atún de ronqueo. Y, según sopla el viento, el aroma a foie de ganso que llega de las dehesas de Pallares. Y como si de la embestida de un toro se tratara, embarca los aromas en el capote de sus fogones y deja media verónica de ensueño.

En fin, y por si tanta verborrea les ocultara, el plato, sepan que en El Rinconcillo se come cojonudamente (con perdón). El comedor suele recibir gentes venidas de Sevilla como quien peregrina. Decoración elegante y moderna (sin pasar por IKEA). Las luces, sabiamente colocadas, realzan los platos. Pude pedir caracoles o sopa de tomate, ensalada de bacalao y naranjas o queso frito, crujientes de morcilla y membrillo o migas con huevo y torreznos, prueba de matanza o pies de cerdo rellenos de setas…. Pude, pero no lo hice. Les contaré que sí comí un menú degustación magnífico. De aperitivo, una tapa deliciosa de tocino ibérico. De primero, milhojas de foie micuit de ganso, manzana y confitura de tomate. De segundo, un risotto de boletus. De tercero, unas vieras a la parrilla envueltas en tocino ibérico. De cuarto, un tartar, lujurioso y juguetón, de atún con huevo. De quinto, presa de ibérico sobre salsa de pistachos. De postre, helado de frambuesas. Pan, agua, vino y aceitunas por cuarenta euros. La moneda de curso legal y lo servido en el plato de primera superior. No dejen de ver las fotos.

Si no es el mejor, lo parece.

Las imágenes del restaurante el Rinconcillo de Monesterio

Las imágenes del restaurante el Rinconcillo de Monesterio