El 4 de octubre de 1957, desde el cosmódromo Baikonur, en las estepas de Kazajistán, despegó con éxito el misil intercontinental ruso R-7 que puso en órbita el primer satélite artificial, el Sputnik 1. Pero la Unión Soviética, obsesionada por aquel entonces con la carrera armamentista con EEUU, no valoró en su justa medida el logro revolucionario de sus científicos. El Sputnik 1 era solo un "producto derivado" del trabajo sobre un nuevo supermisil balístico capaz de alcanzar el territorio enemigo más allá del Atlántico.

Medio siglo después ya no queda ni rastro del poderoso imperio soviético ni de aquella simple esfera de aluminio cuyo vuelo hizo temblar al mundo entero. Y la subestimación del acontecimiento que inauguró la era cósmica sigue siendo casi igual. El 50º aniversario del lanzamiento del primer satélite artificial se celebra en Rusia con una sorprendente frialdad y aparente falta de interés.

"ERA NUESTRO" Solo ayer por la noche, víspera del aniversario, el Ayuntamiento de Moscú dejó sustituir algunos de los numerosos carteles publicitarios con los que conmemoran el éxito del Sputnik 1. "¡El primer sputnik era nuestro!", rezan los carteles de la agencia espacial rusa, Rosaviakosmos, que son parte de la campaña llevada a cabo para recuperar el prestigio de la industria espacial rusa, comprometido tras la desaparición de la URSS en 1991 a causa de graves problemas financieros.

Desde 1956, un numeroso grupo de científicos militares rusos encabezado por el gran constructor de cohetes del régimen de Stalin, Serguei Koroliov, se instaló en unas barracas, perdidas en las estepas kazajas, que dieron inicio al futuro cosmódromo de Baikonur. Su misión era construir un nuevo misil intercontinental que iba a ser el arma más temible y capaz de abatir un objetivo en cualquier parte del mundo. En mayo de 1957, empezaron los primeros lanzamientos del misil R-7, que permitieron a los científicos aspirar a más allá del proyecto militar. Las características de la nueva arma permitían poner en órbita aparatos de gran peso. Así nació la idea de lanzar al espacio una esfera con retransmisor que emitió el famoso "bip, bip".

Solo un pequeño grupo de científicos militares, apretados en un modesto cuarto de 12 metros cuadrados, siguió in situ el vuelo de la bola de aluminio de 83 kilos a una altura de 1.000 kilómetros. "En aquel momento ninguno de nosotros era consciente de que acabábamos inaugurar la era cósmica. El objetivo mucho más importante que teníamos era construir un nuevo misil balístico para el Ejército", confiesa 50 años después Igor Bazhinov, el responsable del control balístico del vuelo del primer Sputnik.

Para Korolióv, el lanzamiento del satélite había sido "más bien algo rutinario", recuerda uno de sus colegas, el académico ruso Oleg Gazenko. Preocupada por el objetivo de adelantar a EEUU en la carrera armamentista, la URSS tardó en calibrar la importancia de la puesta en órbita del primer satélite artificial. Al día siguiente, el diario oficial Pravda solo le dedicó unas líneas.

Esta puesta en órbita fue inicialmente vista como un éxito tecnológico soviético suplementario, según el hijo de Nukita Jruschov, secretario general del Partido Comunista de la URSS de 1953 a 1964.