Algunos especialistas en salud pública y epidemiólogos empiezan referirse al director del Centro de Alertas y Emergencias como san Simón. No les falta razón. Cada día durante tres meses, Fernando Simón ha comparecido para intentar explicar la evolución de la epidemia y concienciar a los ciudadanos ajeno a la tormenta de insultos, descalificaciones y hasta demandas judiciales que cada día van en aumento pese a la mejoría de la situación.

A cada acusación responde igual: «No tengo tiempo de ocuparme de estas cosas». Cuando se ha equivocado, rectifica. Y si hubo un gran fallo a la hora de valorar la importancia de lo que se avecinaba, sus colegas saben que fue un error compartido por el resto de países y expertos.

La mayoría de acusaciones no resisten un análisis riguroso. Un diario titulaba ayer en portada que la Comunidad de Madrid desconsejaba acudir a la manifestación del 8-M cuando Simón se callaba. En realidad, el Gobierno de Ayuso desaconsejó manifestarse a «los contactos de los contagiados», algo que era obvio, dado que debían pasar una cuarentena según los protocolos de Sanidad. No solo no debían ir a la manifestación, sino permanecer aislados. Simón fue incluso más allá que Madrid y pidió a las personas que tuvieran síntomas sospechosos que no acudieran a actos masivos.

LA IMAGEN / En el debe de Simón se apunta la pérdida de credibilidad de las cifras. Lo hubiera tenido más fácil si el contacto con la prensa no hubiera sido solo telemático. En la pandemia de la gripe A, los especialistas se reunían con los medios para pactar cada cambio de criterio en la presentación de los datos para asegurarse de que fueran entendibles.