¿En manos de qué jueces estamos? Es lo primero que uno se pregunta al leer una sentencia de Esteban Campelo, de la sección tercera de la Audiencia Provincial de Cantabria. "Hay que partir, como premisa fundamental de que se admita la existencia de Dios, que ha creado al hombre/mujer para ser señor de toda la creación (...) y también admitir la existencia del maligno, enemigo del hombre, al intentar romper ese lazo de amor que está llamado a compartir". Es un anticipo de sus argumentos.

El juez debía revisar una sentencia de la instancia inferior. Un juzgado de instrucción de la localidad cántabra de Torrelavega condenó a una mujer a una multa de 300 euros por dos faltas; una, por injuriar ("folladora, puta, guarra") y otra por lesionar ("un golpe con la mano en la cara y agarrarla por el pelo") a la mujer por la que su marido la había dejado.

La condenada, disconforme con el fallo, presentó recurso y fue cuando el juez Campelo, que mantuvo la decisión de su colega, se permitió "hacer una nueva consideración que les pueda servir para su situación real y existencial como personas unidas en matrimonio". El sermón va dirigido a la pareja de casados que se han separado.

Al hombre, en cuestión, le dedica la máxima atención, con episodio del Génesis incluido. Concretamente, la escena en la que Dios advierte a Adán de que el día en que se coma del "árbol del bien y del mal, moriréis sin remedio". "Compartías la vida con tu mujer --dice el juez--. Tenías una hija, salud y es de suponer que disfrutabas de las condiciones necesarias para vivir una vida normal de agradecimiento a Dios". Y vuelve a aparecer "el maligno" que le pregunta al hombre: "¿Cómo es que Dios te prohíbe comer de ese árbol?" "Tú te erigiste en decisor de lo bueno y malo y comiste del árbol".

Para concluir, insta al matrimonio separado a la reconciliación: "Como tu mujer, a una determinada edad, supones tú, ya no te puede dar en sexo, afectividad o carácter la vida que anhelas, pues te vas a beber de otra fuente que estimas menos gastada". Antes de acabar, invita a la pareja separado a poner en medio de sus vidas "al espíritu de Jesucristo resucitado". Y a acudir "a quien dispone de esa fuerza salvadora que es la Iglesia católica". Al acabar, se disculpa: "Perdonadme esta disquisición que os ofrezco a vuestra libertad y que entiendo como algo bueno".