Nunca antes había escrito un obituario. Pero este es un caso excepcional, como excepcional era Matías Rumbo, ese compañero amigo de todos los que le conocíamos. Cuando a los 16 años entré a trabajar en el Extremadura --como siempre se le conoció en Cáceres--, él fue quien me dio la bienvenida; quien me enseñó las instalaciones y me acogió como lo haría un hermano mayor. Fueron muchos años codo con codo, dentro y fuera del departamento de administración de La Madrila.

Nunca se enfadaba (bueno algún que otro cabreo se cogía cuando perdían el Cacereño y sobre todo el Real Madrid, su equipo del alma), aunque tampoco permitía que le tomaran el pelo. Fueron años duros, pero con la ilusión de la juventud tiramos adelante hasta lograr que en este diario llegaran tiempos mejores gracias a la integración en el Grupo Zeta.

Lupita, como cariñosamente le llamaban sus colegas y amigos (en esa peculiar pandilla, donde se llamaban por sus apodos, estaban también su inseparable Tarugo, el Pernales (otro compañero de administración ya fallecido), el Pájaro, el Tigre…) era una persona sencilla, leal a sus amigos y tremendamente familiar. Era pasión la que sentía por sus otros hermanos, aunque nada comparable con el amor que le profesaba a su amantísima Ana Mari, su novia y compañera de toda la vida; ni la pasión con la que hablaba de sus hijos: Sira (compañera de esta casa y continuadora de la saga familiar de los Rumbo tras el abuelo Andrés o su tío Candi) y Héctor, con quien compartía aficiones, sobre todo la futbolística.

Matías nunca se arredró ante las adversidades y supo transmitirnos a los compañeros el afán de superación; de lucha por la continuidad de este nuestro periódico; y por hacernos ver que no éramos menos que el otro diario extremeño, siempre vanagloriándose de que trabajábamos en el diario decano de la región.

Su don de gentes le permitía granjearse el cariño de cuantos tuvieron la suerte de conocerle. Diplomático donde los hubiera, presumía de cacereño (que no de Catovi), pero supo darle al periódico desde su departamento publicitario y comercial un aire nuevo para llegar a todos los rincones de Extremadura.

Aunque no quería prejubilarse, finalmente se convenció de que había una vida maravillosa más allá del diario en el que entró a trabajar a los 14 años y donde pasó también su infancia junto a su padre. Desde entonces pudo dedicarle mucho más tiempo a sus seres queridos y nosotros, sus compañeros, le despedimos entre aplausos (la primera vez que yo vi en esta casa una despedida así) el día que salió por la puerta de Doctor Marañón para empezar su nueva etapa en la vida alejado del despacho y aparcar la chaqueta y la corbata.

Pero Matías nunca se fue del todo del periódico. Siempre nos daba alguna lección para mejorar basándose en su vasta experiencia. Cuando ayer al mediodía nos comunicaron su fallecimiento, más de una lágrima rodó por las mejillas de cuantos hacemos cada día este diario; un milagro que en parte le debemos a quien ha sido durante décadas nuestro faro en pro de mantener a flote este barco de la comunicación.

¡Hasta siempre Lupita!