El parón del confinamiento se ha notado hasta en las vibraciones del suelo. Sismómetros emplazados en decenas de lugares en España han detectado cómo se desvanecían las perturbaciones asociadas al tráfico o la industria.

El efecto es imperceptible. Las vibraciones producidas por estas actividades suelen ser de millonésimas de milímetros. Sin embargo, los instrumentos de los geólogos las detectan todo el rato. A esta señal le llaman ruido sísmico. A partir del 14 de marzo, cuando se decretó el estado de alarma, cayó en picado. Los sismómetros españoles registraron que su actividad se reducía hasta a una tercera parte de la habitual (técnicamente, entre 2 y 5 decibelios de reducción).

«Se ve una disminución con el primer confinamiento, un poco más a partir del 30 de marzo [cuando empezó el confinamiento reforzado] y un aumento cuando se reanudan las actividades no esenciales», explica Beatriz Gaite, sismóloga del Instituto Geológico Nacional (IGN). Su equipo está analizando estos cambios en 19 sismómetros y 12 acelerómetros de la Red Sísmica Nacional.

«En la franja de frecuencias alrededor de 10 herzios, la mayoría de las vibraciones son de origen humano», explica Jordi Díaz, investigador del Instituto de Ciencisa de la Tierra Jaume Almera (ICTJA-CSIC) que está haciendo un ejercicio parecido con sismómetros en Cataluña.

A este se le llama ruido cultural, para distinguirlo del ruido con frecuencias inferiores a un herzio, que viene sobre todo de las olas del mar. El cultural baja habitualmente de noche, los fines de semana o en vacaciones. «Con el confinamiento, la reducción ha sido mayor que en agosto», comenta Díaz, que ha comparado la gráfica del ruido sísmico con la del tráfico rodado medida por Google a través de los datos de los móviles, y ha encontrado una coherencia absoluta. «Se pueden utilizar los datos sísmicos para monitorizar la actividad humana», explica. «Normalmente registramos varias veces al día una señal característica de las explosiones en canteras. Vimos que desaparecían», afirma Gaite.