Ni tan adustos como aparenta Angela Merkel, ni tan cariñosos como se muestra en público Nicolás Sarkozy. Los españoles nos besamos, achuchamos y toqueteamos sin apenas conocernos, pero parece que empezamos a poner distancia en nuestro trato social, aunque lejos todavía de la frialdad de anglosajones y asiáticos.

"Cada vez somos más Merkel y menos Sarkozy. Dentro de poco, todos alemanes. Tendemos a reprimir nuestras emociones y sentimientos", dice Luis Muiño, psicoterapeuta.

Esta semana, un diario suizo publicaba que a la canciller alemana le violentan los achuchones, apretones de mano, besos y golpecitos en la espalda que el presidente de Francia le prodiga en público. Malestar que, de manera discreta, habría transmitido, vía diplomática, a las autoridades galas.

A Carmen Alborch, escritora, ex ministra y hoy senadora, la noticia no le ha sorprendido. Valenciana de nacimiento, y con fama de extrovertida y afectuosa, "no oculto mi carácter mediterráneo", dice Alborch, confiesa que cada vez le gusta más, cuando saluda por vez primera a una persona, dar la mano. "Me parece más apropiado. Y reconozco que hasta hace poco no era así. No sé si es una cuestión personal o colectiva. Me siento más cómoda".

Distantes y adustos

Dependiendo de las circunstancias y del momento, el saludo de Alborch es más o menos efusivo. También del grado de relación que tenga con la persona. "Quizás somos más distantes, pero no más adustos", afirma. Pero "Con los amigos -dice- el comportamiento es diferente".

La primera vez que Friedemann Hascher vino a España, a comienzos de los 60 del siglo pasado, a este jubilado alemán casado con una española, y residente en nuestro país desde hace cuatro décadas, le llamó mucho la atención la efusividad y la cercanía física con que nos tratábamos los españoles.

"Y eso que las cosas no eran como son ahora. Por ejemplo, un hombre nunca saludaba en público con un beso a una mujer que acabara de conocer. Me pareció extraño, o exagerado. O simplemente distinto a lo que estaba acostumbrado. Fui educado para no exteriorizar mucho mis sentimientos, en una sociedad en la que los besos están reservados a las madres con sus hijos. Los padres alemanes son poco besucones", relata.

Hascher se ha "adaptado" a las costumbres españolas, pero, aún hoy, "a veces" tanto toqueteo, tanto besuqueo le parece "ligeramente exagerado. Pero me adapto"

Luis Muiño, psicoterapeuta, habla de la velocidad a la que se transforma la tan cacareada efusividad latina. "Estamos pasando de una sociedad en la que prima la colectividad, y en la que por tanto se toca más, se es más expresivo y espontáneo, a otra más individualista, como es la anglosajona o la centroeuropea, donde se reprimen las emociones. El mundo en general tiende hacia esto último".

"Perdemos en amor, en seguridad, en sentirnos queridos. Estamos más solos, pero ganamos en libertad", argumenta Muiño. "Cada vez nos sentimos más incómodos con el cariño, somos menos cariñosos. No es ni bueno ni malo, es diferente".

Juan Luis Chulilla, antropólogo, advierte también de ese cambio. "La globalización reduce las distancias", de ahí que la forma de comportarse socialmente unos y otros, europeos del sur y europeos del norte, se parezca cada vez más. Pero "aunque hay acercamiento, todavía existen diferencias", puntualiza.

La afectividad, la comunicación no verbal y las distancias corporales, destaca este antropólogo, se expresan de forma diferente según los entornos culturales. Por eso a un europeo le extraña que dos hombres árabes vayan de la mano por la calle, o ellos rechazan que ese gesto lo protagonicen un hombre y una mujer.

"Cada día nos tocamos menos", se lamenta Carlos San Martín, sexólogo. "Somos más individualistas, estamos más a la defensiva. La cercanía de otra persona nos tensa. Cada vez ponemos más límites. Y eso, creo, no es bueno".