Emilio de Justo cortó ayer dos orejas y salió a hombros de la plaza de Azpeitia. Es ésta una feria de gran tradición, de plaza chiquita pero de aficionados de raigambre. Será que cuando los vientos soplan en contra los buenos aficionados no quieren dar gusto a quienes suspiran por echar abajo todo lo que tiene que ver con nuestra cultura y nuestras tradiciones, con la tauromaquia, y se dicen: Ale, vamos a los toros, que eso es lo nuestro. Por eso ésta es una feria centenaria y todo un reducto para quienes la hermandad la sienten compartiendo una afición varias veces centenaria.

Se lidió una corrida de encaste Santa Coloma que no dio todo el buen juego que era de desear, procedencia histórica pero reducida a plazas como Azpeitia porque no da un toro grande. Hoy se anuncia otra corrida de La Quinta, del mismo encaste, y pasado una de Cuadrí, que esa sí que da toros hermosos, grandones, que, como los pimientos de Padrón pero en lo taurino, unos embisten y la mayoría no. Porque en cuanto al toro, eso de que el toro grande, ande o no ande, no se cumple en cuanto a su juego.

Pero vamos a lo que vamos, a contar lo bien que ayer estuvo Emilio de Justo. Si el toreo es un compendio de matices, Emilio, como buen torero que es, y nada descubrimos al hacer esta afirmación, es un diestro de muchos matices. Con él no va eso de dar pases y pases, como hizo Juan del Álamo, porque Luis David Adame otra cosa, es de una vulgaridad supina.

Emilio de Justo cuajó al cuarto de la tarde. Le devolvieron el dije que sorteó y salió en su lugar un sobrero. Se quedaba corto de salida y echaba las manos por delante. No se dejó torear por tan buen capotero como es Emilio de Justo, pero apretó en el caballo. Cortaba en banderillas e iba con la cara alta.

Con la rodilla genuflexa comenzó Emilio su faena. Comienzo muy a propósito y habitual en él, para seguir asentado en redondo. Toro noble, siguió con una serie de tres y el de pecho. Era fundamental no dejarse tocar la tela, y al natural la embestida tenía un punto de sosería, por lo que volvió al pitón derecho. Bien el torero, pulseaba la embestida y lo llevaba hacía delante aunque le faltaba final al animal, ese tranco fijo en el engaño queriendo comerse la tela. Faena de mucho conocimiento, muy en función del toro, los cuatro naturales de frente y a pies juntos, el natural y el ayudado por alto con que concluyó la faena dieron el toque de toreo de mucha clase. Estocada, se quedó en la cara y dos orejas.

Fueron esos matices a los que hacíamos referencia los que marcaron la diferencia: el andar reposado; el componer con la embestida del animal, fruto del regusto y del sentimiento; lo sorpresivo, que no es llevar la faena hecha; el torear para uno y no buscar el aplauso facil. Todo eso y su cabeza despejada, es lo que permitió a Emilio de Justo dejar su impronta y salir ayer a hombros.

Antes tuvo un toro muy desclasado que, para mayor desgracia, se rompió una mano, por lo que tuvo que abreviar. Muy bien con la espada ante sus dos toros, lo que en su caso es una gran novedad porque este torero ha malogrado muchas faenas con ella.

Juan del Alamo paseó la oreja del segundo de la tarde. Fue un cárdeno, como toda la corrida, que humilló, dobló enclasado en las verónicas de recibo y embistió cadencioso pero gazapón en el quite.

Le hizo una faena embarullada e intermitente, de muchos pases, pocos para el recuerdo, ante un animal encastado pero al que, como a toda la corrida, faltaba final.

Cárdeno el quinto, humilló de salida en los lances de recibo de Juan del Álamo pero se quedaba cortito, lo que es normal en este encaste.

Toro de dulce embestida cuando el torero tomó la muleta y lo llevó hacia delante, pero tenía poco recorrido. Faena de poco asiento y tambien de muchos pases.

De Luis David Adame poco hay que decir. Es un torero relativamente nuevo, en el que llama la atención lo mecánico de su toreo, que no debe ser dar pases, sino darlos como Dios manda, de principio, desde el cite, hasta el final, hasta el remate. Rematar es lo que los antiguos decían de que era mandar. Si no se remata, el toreo no tiene profundidad y nos deja como si allí no hubiera pasado nada. Pues bien, eso es lo que nos dijo ayer el mexicano tras dos faenas anodinas, largas las dos, sin acople ambas, atolondradas. No eran los suyos toros de los que se comían la muleta, pero siempre, a los toros, hay que llevarlos e intentar prolongar su embestida.

Y si quieren saber algo más, que nos lo cuente nuestro amigo y compañero Fernando Valbuena, peregrino en Azpeitia.