¿Qué sería de nosotros si no se hubiera cruzado en nuestro camino el gran Alessandro Lecquio (en la foto, saliendo de un juzgado, en 1998). Sobre todo, qué hubiera sido de la vida de Ana Obregón, quien, gracias a sus amores con el conde, consiguió dar a luz a un tataranieto de Alfonso XIII, cosa que la equipara a Simoneta Gómez-Acebo, las primas Torlonia y Marone y, por supuesto, a las infantas, que, evidentemente, es lo que más excita a la protagonista de Ana y los siete.

Aunque lo que más le duele a Ana es que Antonia dell´Atte también esté en el grupo de madres de descendientes reales. Como se recordará, la italiana --la única que, de momento, se ha casado con Lecquio-- tuvo un hijo al que llamaron Clemente, en memoria del padre de Alessandro, un caballero tan poco recomendable, pero tan encantador y seductor como el hijo. Clemente acabó casándose con Sandra, la hija mayor de la recientemente fallecida Beatriz de Borbón y Battenberg, hija de Alfonso XIII y proveedora de la sangre real de los hijos de Lecquio.

LA TRAMPA DE LAS CAMARAS OCULTAS

El conde Lecquio ha sido uno de los famosos que se ha prestado a dejarse caer en la falsa trampa de las cámaras ocultas, una moda televisiva con la que, en teoría, se pretende engañar a algunos listos , pero con la que, en realidad, se engaña a los telespectadores, a los que se pretende hacer creer que el presuntamente cazado no está metido en el ajo.

Pero Lecquio es mucho Lecquio y poco le debe de importar --a él, capaz de rentabilizar sus 22 centímetros (confesión propia) más íntimos-- que se sepa que vende todo lo que puede, principalmente a sus amigos. Pero, todo hay que decirlo, aunque haya acabado como un farsante, es difícil resistirse a sus encantos. Pillo por pillo, siempre es preferible un pillo bien vestido y con el inconfundible sello de su nobleza italiana.

LA ISLA DE MAXIMO

Pero si el listo de Lecquio ha salido indemne, e incluso reforzado, de su encuentro con la cámara oculta, al pobre de Máximo Valverde, su paso por La isla de los famosos le ha dejado hecho unos zorros. Esa sí que sería una manera de desenmascarar a los que pretenden ser famosos. No quieres glamour, pues toma glamour. Para qué pretender engañarlos con cámaras ocultas de la señorita Pepis, cuando se les puede enviar a una isla desierta en la que falta comida y sobran mosquitos.

En vez de mandar a Máximo, que, sin ser una primera figura, la verdad es que es una persona medianamente popular y hasta decente, debían llenar la isla de aspirantes a la gloria, una especie de Operación Fama. En vez de Paula Vázquez, tan puesta siempre, a la isla debería ir, en calidad de estricta gobernanta, Nina, quien de ese modo podría justificar su habitual desaliño indumentario y su alergia al maquillaje.