Ayer y como siempre, Olivenza fue una fiesta. A ello invitaba esta bellísima plaza y el ver los tendidos repletos de un público expectante. Sin embargo, con un cartel rematado de toros y toreros, los animales de Daniel Ruiz descompusieron, no del todo, el espectáculo. Y es que los toreros estuvieron por encima de unos toros, algunos excesivamente gordos, que, salvo el quinto, buscaron las tablas de forma reiterada.

El Juli dio una lección de lo que es amor propio en el toreo, de lo que supone para un torero no resignarse a irse de vacío. También dio cuenta de su gran capacidad. Porque si poco pudo hacer con el inválido primero, al cuarto, un toro bravucón, le cuajó una gran faena que no acabó de rematar con la espada. De ahí el único trofeo que paseó.

El Juli le instrumentó un quite emotivísimo alternando las chicuelitas ceñidas con las tafalleras, para rematar con una gaonera y larga, ambas espléndidas. El toro se movía y transmitía y el torero inició la faena por alto, consintiendo al toro. Pronto le dio sitio y le adelantó la muleta. Le llevaba por abajo, que es como se hace el toreo bueno. Pero el de Daniel Ruiz, como buen bravucón, en cuanto se vio sometido se rajó descaradamente. Vino entonces lo mejor, por cómo el torero le sujetaba en los medios en series deslumbrantes en redondo, muy baja la muleta y llevando siempre muy tapado al toro. Temple y ligazón fueron dos virtudes que dieron cuenta de la gran capacidad del diestro.

Buena tarde de Perera

También Miguel Angel Perera brilló a buena altura. El sexto fue un mulo con peligro y con él que estuvo muy valiente, aún sin poder rematar su tarde. Pero ante el tercero mostró una nueva dimensión con el capote, porque lo adelanta y juega muy bien los brazos. En la faena de muleta puso de manifiesto lo que ya le conocemos: su buen concepto del toreo, porque engancha a los toros por delante y los lleva, sin abusar de los toques, muy largos. Ese tercero, tras cuajarle buenas series en redondo, terminó queriéndose ir a tablas, lo que no permitió el diestro y, tras acortar distancias y matar de una gran estocada, cortó una merecida oreja.

El primero de José María Manzanares tuvo calidad pero poco fuelle. Su faena fue a más, muy lograda técnicamente por la oportunidad de los toques y la limpieza de los muletazos. Del mismo tono fue el trasteo que instrumentó al quinto toro, al que cuajó series en redondo con ambas manos, con el remate bello de la trinchera cuando toreaba con la diestra. Paseó un trofeo.