Leía la semana pasada una anécdota que le había pasado a un escritor en Extremadura y que mencionaba la tipología de los asistentes a actos culturales. Si uno es asiduo de conferencias y eventos similares, habrá podido comprobar que hay una fauna que se repite en diferentes ciudades. Por un lado están los que van a todas y nunca han osado levantar la mano en el turno de intervenciones. Son seres admirables, porque se supone que lo tienen todo claro y, además, no molestan ni hacen perder el tiempo a los demás. Luego están los que preguntan siempre, independientemente de que se hable de la flora amazónica o del churrigueresco. Es un grupo al que hay que proteger porque son pocos, suelen haber prestado atención y consiguen hasta sacar una frase ingeniosa del conferenciante más aburrido. Por otro lado tenemos a los que van a hablar de su libro y lo mencionan en su intervención aunque no tenga nada que ver con el tema tratado por el orador. Da igual que venga Maruja Torres o el doctor Estivill , porque siempre hay ocasión para mentar su tratado de árboles autóctonos publicado en el 89. No me olvido de los que van, están mirando las musarañas, hacen una intervención que causa vergüenza ajena y se acercan a la mesa al finalizar el acto para saludar al conferenciante, disculparse o las dos cosas. Si hay canapés se suman unos estómagos acompañados del resto del cuerpo. Pero lo que no puede faltar nunca es el tonto integral, el que conjuga impertinencia, falta de saber estar y mezcolanza de ideas peregrinas. Una buena taxonomía de nuestra vida cultural debería recoger otras especies. Seguro.