La elección de Jorge Mario Bergoglio rompe los moldes del gobierno central de la Iglesia católica y, además, el hecho de que sea argentino modifica la óptica del catolicismo sobre el planeta. De no ser engullido por el vientre embarullado de Roma, el papa Francisco puede representar un cambio sustancial. Sin embargo, quizá no resulte fácil para el exbarrendero de una fábrica de calcetines pasar de un piso de dos ambientes a uno de los palacios más suntuosos de la capital italiana, servido por un mayordomo --en lugar de tener que cocinar su cena--, escoltado y vigilado por un ejército de guardias suizos, escrutado y probablemente entorpecido por la parafernalia de un aparato de gobierno secular.

En América Latina viven el 42% de los 1.200 millones de católicos del mundo, porcentaje que se eleva al 50% si se considera todo el continente. En el cónclave del 2005, los electores sudamericanos ya habían pedido un Papa y volcaron 40 votos sobre el cardenal Bergoglio, antagonista de Joseph Ratzinger. Pero el interesado les disuadió durante la cena del segundo día de escrutinio. "No estoy listo", dijo. "La Iglesia no está preparada para un Papa latinoamericano", rebatió entonces el cardenal Dolan. Sin embargo, siete años más tarde el propio Benedicto XVI confesó a Bergoglio: "Tal vez haya llegado la hora de su continente".

Latinoamericano, jesuita y rebautizado como Francisco, debería conllevar una distinta manera de administrar el poder papal. "Hay que salir de sí mismos, ir hacia la periferia", dijo el hoy papa Francisco en una entrevista el pasado año, reconociendo que "salir a la calle puede acarrear accidentes, pero siempre es mejor que permanecer cerrados y atrasados".

La elección del polaco Wojtyla en 1978 impulsó el nacimiento de los primeros sindicatos libres en un país del llamado socialismo real y, lentamente, el desmoronamiento del sistema comunista. Los EEUU de Ronald Reagan se engancharon inmediatamente al carro papal, hasta el punto de que el entonces secretario de Estado vaticano, Agostino Casaroli, tuvo que desmentir la existencia de conversaciones diarias de Juan Pablo II con el Gobierno de Washington sobre Polonia. "Fue aquella grieta lo que, ampliándose, derrumbó al final todos los muros del imperio soviético", ha escrito el católico Vittorio Messori.

La elección de Bergoglio cambia la geoestrategia del catolicismo, pero es improbable que comporte revolución alguna en el "final del mundo", como ha definido su origen el nuevo Papa. Sin embargo, es posible que los desheredados de la Tierra hayan encontrado a un abogado defensor en las altas instancias internacionales, y que el capitalismo salvaje, que prospera sobre la piel del sur del mundo, reciba documentadas críticas desde Roma, tal vez bajo forma de encíclicas, igual que sucedió con Mater et Magistra y Pacem in Terris de Juan XXIII.

La primera piedra de toque sobre el cambio y la influencia geoestratégica que pueda tener un Papa argentino será la persona que elija como secretario de Estado. El puesto, político y religioso a la vez, permite que los papas impriman la huella de su gobierno, lo que en este caso debería demostrar si los más de 77 electores no equivocaron su voto.