Notable aguante el del juez Adolfo Fernández Oubiña. Cayó sobre él, el viernes noche, en Esta es mi historia (TVE-1), toda la ira de las mujeres maltratadas que no han encontrado justicia en la justicia. Y todo el peso de la opinión pública que asistimos, que leemos en la prensa, que escuchamos en la radio o que vemos en la tele sentencias indignas. Trataba el programa de eso, del maltrato a la mujer. Y una avalancha de casos se fueron desplomando sobre Oubiña, el único representante de la judicatura que allí había. Se desgranó en ese plató un rosario de desatinos judiciales. Desde lo de ese compañero, amante o amigo que perseguía a su mujer con un hacha y fue condenado a una simple multa porque el juez consideró que la perseguía por amor, hasta el caso del agresor y violador de una señora sordomuda que fue minimizada su culpa por entender el juez que el agresor no conocía el lenguaje gestual de la víctima. Se fue sucediendo, además, una tormenta de testimonios de señoras del público que contaban casos escalofriantes e increíblemente sin castigo. Y el juez sentado en la silla --que se convirtió en un banquillo-- intentó defender a su gremio, con un argumento: "Señoras, nosotros sólo aplicamos leyes. Cámbiense las leyes, y cambiarán las sentencias".

No se le puede restar valentía a Fernández Oubiña. Aceptó sentarse en un plató sabiendo que sería la cabeza de turco. Cabe felicitarle por no haberse sustraído al compromiso. Pero lo que nos ha quedado a los televidentes, al concluir el programa, es la misma idea que ya teníamos: que para muchísimas mujeres maltratadas la justicia que hoy se practica, más que una aliada, parece una enemiga. Se apoya más al agresor que a la víctima.