El lunes por la tarde estrenaron la teleserie Mi gorda bella (A-3 TV). Al margen de la alegría que hemos tenido todos los gordos patrios al ver que también un obeso --una obesa en este caso-- puede aspirar a algo en la pequeña pantalla, cabe advertir que se trata de un culebrón muy amargo. La protagonista, Valentina, no es desgraciada por ser gorda --al fin y al cabo es una obesidad postiza, rellena de michelines y fundas neumáticas--, sino por las perrerías que le prepara una mala muy mala que se llama Olimpia Mercurio, señora de armas tomar que le quiere robar la herencia y dejarla igual de gorda, pero arruinada. También nos ha gustado la presencia de una monja, contrapunto clásico de los culebrones suramericanos, que con piadosa resignación le dice a Valentina, tras la trágica muerte de su madre: "No te aflijas. Todos tenemos una misión en este mundo, y la de tu mamá ya había acabado". ¡Ah!, con todos los respetos, cabe discrepar: a veces invitando a los guionistas a unas cañas, te prolongan la misión en este mundo y en lugar de matarte enseguida te dejan vivir hasta el capítulo número cuatro. Junto a la gordura de Valentina se añaden escenas de señoras sensacionales machihembradas a pollastres que se tiran en parapente y hacen virguerías con sus músculos al aire. O sea, que en esta comedieta, como siempre, los triunfadores son los guapos. Y nos tememos que la gorda no triunfará hasta que adelgace. Canallas.