Marcelino lleva un hacha en su cinturón y una rama en su mano. Así combatía ayer las llamas que asolaban el monte de su pueblo, Anquela del Ducado (Guadalajara). Por la mañana, el incendio estaba más o menos controlado por los bomberos, pero se reavivó a media tarde. Los vecinos lo vieron desde sus casas y se lanzaron al campo dispuestos a apagar las llamas. Su valentía era de tal calibre que Marcelino y su compañero cogieron tierra con las manos y acabaron con los rescoldos.

El monte estaba ardiendo. Las llamas avanzaban a una velocidad impresionante. El humo lo envolvía todo y apenas se podía respirar. A media tarde, llegó un retén de un pueblo cercano. Todos corrían, gritaban y daban órdenes a los vecinos para que les echaran una mano. Los forestales eran conscientes de que, dos días antes, 11 compañeros habían muerto haciendo lo mismo. Franco, el capataz, no ocultó su admiración por los vecinos. "Estos sí que son valientes", exclamó.

Un miembro del retén tuvo que recibir atención médica. Los hidroaviones expulsaban el agua con tal fuerza que destrozaron varios pinos. Estos cayeron sobre él y le provocaron heridas en el labio y en el ojo. El joven, sangrando y mareado, se retiró. Marisa, una vecina de Anquela, tardó menos de un minuto en ofrecerse de chófer. "Aquí estamos para ayudar", dijo.

Sin dormir

Los vecinos de Anquela no eran los únicos que ayer lloraban por sus montes. Juanjo Concha Martínez, un agricultor de Ablanque, estaba ayer por la mañana en las inmediaciones de la población de Selas ayudando a combatir las llamas. "Llevo todos estos días sin apenas dormir. Esto es un desastre. Estoy muerto de la impotencia y la rabia", explicó.

Si Juanjo hubiera tenido un político delante en ese momento, se lo hubiera "comido". A su juicio, los políticos y los ingenieros saben mucho de ordenadores y estadísticas, pero nada del monte. "Nos tenían que haber hecho caso antes. El parque del Alto Tajo está muy abandonado y ahora, con 11 muertos, se acuerdan de él. Ya dijimos que era importante desbrozar el campo, limpiarlo y quitar los pinos viejos, pero nadie nos hizo caso", criticó. "Tengo la impresión de que algún político quería que se quemara el monte", añadió.

A su lado, Belén Pontero, concejal del pueblo de Cobeta, tampoco se mordió la lengua. "Todos éramos conscientes de que esto pasaría tarde o temprano. No se puede tener olvidado el campo y acordarse de él cuando se lo comen las llamas", dijo. Mientras Pontero hablaba, Doroteo, otro vecino, bajó del monte con la cara negra. "Nos ha dicho la Guardia Civil que nos vayamos. Pues no sé quién va a apagar esto".