«Iba detrás de mi abuelo al puesto del zorzal, como un perrillo, cuando casi no tenía uso de razón», cuenta José Andrés Cardoso sobre sus primeros recuerdos de las jornadas de caza que compartió con su abuelo hace más de 20 años; en esa época en la que «deseaba que llegara el domingo para salir al campo con él», dice. Fueron su abuelo Andrés y su tío Francisco (padre e hijo) quienes le introdujeron siendo un niño en una afición por la que ahora vive a caballo entre Estados Unidos y España, por la que adapta su agenda para compatibilizar su empleo como diseñador a uno y otro lado del Atlántico, con las citas cinegéticas (la mayor parte del año trabaja en Miami, y en distintas ciudades españolas durante la temporada de caza) y por la que se hace kilómetros para disfrutar, por ejemplo, de una jornada del corzo en Galicia o de la caza del muflón en el Teide (Tenerife). «Es una de las mejores experiencias que he vivido», asegura.

Fue en el coto social de su pueblo, Corte de Pelea, donde José Andrés realizó los primeros disparos en la caza del zorzal y la caza al salto, las modalidades habituales. Y después de la sociedad local Santa María de Egipciaca, llegaron las monterías, su permiso de armas, la primera escopeta, ya pasados los 20 años y las jornadas divididas entre la familia y la cuadrilla de amigos. «Para mí cazar no es tener un arma, salir al campo y pegar tiros; el disparo es lo último que se hace en la práctica de la caza porque para cazar antes hay que observar al campo y eso es lo que me gusta. Salir a cazar no es salir a matar», resuelve este apasionado que se declara aficionado a «todas» las modalidades de caza. «Hago recechos, monterías, caza en mano, caza en puesto fijo del zorzal; o esperas, en las que un día a cazar y quince días vas a preparar ese comedero», concreta este cortesano que considera que el relevo generacional no es un problema en el sector cinegético de Extremadura.

«Todos tenemos un tío que caza, un primo que caza o un amigo que caza y ellos son los que al final siguen llevando a otras personas la afición. Yo no creo que haya un problema de relevo generacional», dice José Andrés, que sigue saliendo con su tío y con su primo y, siempre que es posible, también con el abuelo Andrés, el primero que le inculcó la afición. «Ahora soy yo quien le lleva a cazar, a las monterías. Él ya no puede caminar y yo lo siento conmigo en el puesto para que pueda seguir disfrutando», explica.

A la baja

«Al final la caza mantiene a mucha gente unida al pueblo, les hace que vuelvan el fin de semana», dice este joven de 28 años que es miembro activo de la Asociación de Jóvenes Cazadores de Extremadura (Jocaex).

Sin embargo el último estudio sobre el sector de la Federación Extremeña de Caza rebate la apreciación de Cardoso y evidencia que el relevo generacional sí es un problema que preocupa en el sector. Solo un 17% de los aficionados tiene menos de 25 años, según ese análisis, y la cifra de nuevas licencias nuevas va a la baja, según los datos de ese informe.

«Las zonas rurales tienen cada vez menos oportunidades y eso está haciendo que los jóvenes se vayan y se desvinculen de sus pueblos. Aunque es cierto que la caza sigue siendo uno de los principales motivos por los que los jóvenes siguen volviendo a sus pueblos» dice José Ángel Durán vicepresidente de la Asociación de Jóvenes Cazadores de Extremadura (Jocaex) y Delegado de Competiciones de la Federación Extremeña de Caza. Él es uno de esos jóvenes que creció con la afición a la caza en el pueblo (Hinojosa del Valle), se marchó por trabajo a Badajoz, y sigue regresando siempre que puede al coto local para practicar la caza.

Fue su tío quien le llevó por primera vez como morralero (el que carga con las piezas cobradas), cuando tenía siete u ocho años. Y fue por José Ángel por quien su padre, Víctor, que nunca había cazado, se acabó aficionando para poder llevar al niño a disfrutar de su hobby. «Y hasta la fecha seguimos saliendo juntos», dice. Principalmente lo hacen para practicar la caza menor al salto, con perros, y también algo de caza mayor, aunque en este caso «de forma ocasional».

En el año 2015, José Ángel Durán, formó parte de la creación de la Asociación de Jóvenes Cazadores de Extremadura (Jocaex), impulsada por la Federación Extremeña de Caza para fomentar el relevo generacional en el sector. Cuenta con 900 socios de entre 14 y 30 años, (a partir de los 14 años ya se pueden obtener los permisos para cazar con la supervisión de un adulto) y el único requisito para pertenecer a este colectivo, que no cobra cuotas a sus asociados y se autogestiona con el apoyo de Fedexcaza, es la edad y el interés por la caza.

La asociación ha puesto el foco en las redes sociales, un elemento nuevo, con mucho poder, y que habitualmente se ha convertido en foro de desencuentros entre aficionados a la caza y otras voces en contra. «A través de la redes sociales tenemos que mostrar la realidad de la caza, que es cierto que además ahora está muy atacada», señala Durán, que reivindica la imagen de la caza que ellos viven, más allá del disparo. «Hay otros valores que a nosotros nos llenan, como salir al campo, conocerlo, trabajar las técnicas y estrategias para cazar, la relación con el perro». Recuerda, además, un hecho que no siempre se ve: «la mayoría de las veces volvemos a casa sin ninguna pieza», dice.

Aún así, Durán asume que eso no siempre se ha trasladado «correctamente» y que, por el contrario, la imagen predominante ha sido tradicionalmente la del cazador posando con la captura. «No hace falta hacerse una foto con la pieza muerta para terminar la jornada. Salimos al campo con los amigos o con la familia a disfrutar de una jornada, igual que otros lo hacen en un bar delante de una cerveza», concluye.