Se cierra el año 2009 con unas cifras de desempleo tan previsibles como negativas en la práctica totalidad de parámetros, indicadores y referencias comparativas: cuantitativas, temporales y territoriales (autonómicas y estatales). Nos enfrentamos a una cuestión de origen multifactorial que, si bien en un principio pudo ser fruto de la inercia global, a estas alturas ya no podemos ampararnos en que se trata de un problema mundial, como si todas las causas fueran exógenas. Mientras los Estados Unidos y las principales potencias europeas empiezan a ver la luz al final del túnel, en nuestro país seguimos sumergidos en los barros de aquellos lodos, especialmente en una comunidad autónoma como Extremadura que una vez más pone de manifiesto sus endémicas carencias para remontar situaciones como la que venimos atravesando.

Más pronto que tarde y al compás de Europa, habrá que adoptar medidas internas de carácter normativo, económico y social, para poner en práctica decididamente reformas estructurales, realistas y verdaderamente eficaces, entre las que, por políticamente incorrecto que resulte, se encuentra la tan denostada flexibilidad laboral y, en general, una nueva configuración coyuntural del mercado de trabajo, dentro de un adecuado y sólido tejido empresarial y, a su vez, en un contexto de severas cautelas financieras, para no volver a tropezar una vez más en la misma piedra.

Hoy por hoy, la falta de ideas y la improvisación, así como los enroques en las eufemísticamente llamadas medidas sociales y progresistas, nos sitúan en el polo opuesto al de otros países de nuestro entorno con los que, al fin y al cabo, tendremos que competir en un panorama nada halagüeño. Solo hay algo peor que no hacer bien los deberes: creer que se hacen debidamente y proclamarlo a los cuatro vientos.