Viajaban en grupo desde San Fernando (Cádiz) para disfrutar de las fiestas del Apóstol aprovechando el inicio de sus vacaciones. Eran siete amigos de toda la vida, todos rondando la sesentena, la mayoría aún muy activos. Iban a encontrarse con otro amigo del grupo, José María Díez, que años atrás se había ido a vivir a la brumosa Galicia. "Yo había empezado ya las fiestas. Estábamos en las primeras rondas de cerveza cuando llegaron las primeras noticias del accidente", recuerda José María, que empezó a llamar sin resultados al móvil a su amigo Ignacio Bustamente, un funcionario del Ayuntamiento de San Fernando "muy popular" en esa población. Pero ni Ignacio ni los demás respondieron. Al mediodía de ayer, los forenses habían certificado la muerte de tres de ellos, dos permanecían aún ilocalizados y los dos restantes se encontraban graves pero estables, entre ellos Consuelo, la esposa de Ignacio.

Cada año organizaban un viaje conjunto de unos días, un homenaje a su vida que ahora ha truncado la muerte. "Si no hubiese sido en fiestas...", se repetía sin cesar José María plantado frente al hospital Clínico. Si no hubiera ocurrido en las fiestas, él no habría perdido a cinco de sus amigos, ni el tren hubiera viajado a tope, con niños, jubilados y pasajeros de todas las edades que desde el miércoles ya solo son víctimas.

Familias destrozadas

A las fiestas se dirigían muchos jóvenes que habían subido en la estación de Orense. Como Susana Frade, cuya obsesión cuando se descubrió viva fue localizar a su amiga. "Al poco pude verla, con el cuerpo lleno de cristales clavados, pero nos han dicho que se pondrá bien", explicaba. Luego se puso a ayudar a otros heridos.

Parecida sensación de alivio sentía Alejo Fernández, otro joven de 17 años que esperaba en Santiago de Compostela la llegada de un amigo desde Orense. También le llamó al móvil pero no respondió. Horas después, lo localizó en el hospital con heridas sin importancia. "El no corre peligro, pero lo que he visto ahí dentro es un desastre. Están todas la familias destrozadas, en estado de choque", contaba a tras ver a su colega hospitalizado en el Clínico.

La desolación y el dolor podían tocarse con la mano en el edificio Cersia, una instalación municipal creada "para la dinamización económica de la ciudad" que ayer se convirtió en la antesala del infierno para las familias de los pasajeros. Las autoridades las concentraron allí para informarles del estado de sus allegados conforme se procediera a las identificaciones, pero las horas pasaban y las dudas y los nervios los destrozaban.

Los numerosos periodistas respetaban la distancia, pero algún familiar se acercó a verbalizar lo que era patente solo con ver los llantos, los abrazos y las llamadas interminables al móvil. "¿Tú sabes lo que es esto, no saber nada, que tu familiar no esté en ningún lado? ¿Que no te digan si esta vivo o muerto después de pedirte muestras de ADN y preguntarte cómo iba vestido?" Todo acababa cuando se oía por los altavoces pronunciar el fatídico "los familiares de..." En ese momento muchos se derrumbaban con gritos de dolor.

Nadie pensó en culpables

Ni los familiares ni los heridos tenían un minuto para pensar en las causas o en los culpables de tanto dolor. Nadie maldecía al maquinista, aunque muchos notaron la gran velocidad a la que el convoy había cogido la curva. Entre la gente de la aldea de Angrois, que la noche aciaga se habían lanzado a salvar vidas, empezaba a abrirse paso la reflexión y las críticas.

El secretario de la asociación de vecinos, Isidoro Castaño, contaba cómo tuvieron que luchar para bajar al lugar del suceso porque "las puertas de emergencia de las vallas de metacrilato estaban cerradas". "Los bomberos tuvieron que cortar los candados con cizallas y romper las vallas con mazas", explicaba tras relatar que ellos las saltaron jugándose la vida para mover a los heridos aunque fuera valiéndose de las plachas desprendidas del propio tren en el siniestro. El golpe había sido brutal.

La pequeña aldea, formada por modestas casitas y huertos familiares, se sobresaltó por lo que todos describen como "una enorme explosión". "Al instante uno de los vagones cayó sobre la plaza y un humo negro lo llenó todo. Era dantesco", describió Isidoro, que en los primeros minutos grabó varios videos para dar testimonio de drama. Hasta que la crudeza de lo que veía ("un cuerpo sin cabeza, horribles mutilaciones") le hizo abandonar.

María Corral Seixo, una mujer de 67 años nacida en la casa que se asoma al fatídico talud, fue la primera en alertar a la policía, que no se la creía. "Me dijeron que no bromeara con cosas tan serias", contaba indignada mientras recordaba que, nunca, nunca, habían visto ni ella ni sus vecinas pasar un tren tan rápido por la curva. Esa curva, la de la antigua línea convencional que el Ministerio de Fomento mantuvo al construir la vía del AVE porque de lo contrario la obra se encarecía con las expropiaciones de la aldea de Angrois.