Jornada electoral en el Salón Baneva. Bajo una esfera discotequera y pop, junto a un abanico gigante de cuatro metros que refrescaba, mecido por una cuerda, las sesiones de baile y cine hace 80 años, Santiago de Alcántara se acerca a las urnas.

Lo de Salón Baneva viene de los apellidos de sus propietarios, los Batalla Nevado. Aunque, la verdad sea dicha, el Salón Baneva parece propiedad de medio pueblo: en Santiago de Alcántara el 20 % de la guía telefónica se apellida Batalla.

El pueblo es blanco, limpio, silencioso y queda a tiro de piedra del Tajo y de Castelo Branco, que brilla enfrente. Santiago fue portugués muchos años y tiene un sueño luso: que le pongan un puente internacional. Mientras tanto, busca el progreso creando nueve rutas de senderismo, promocionando sus 40 dólmenes, levantando un mirador en la sierra, un centro de interpretación en la villa y un albergue en la dehesa, junto a la charca.

Santiago de Alcántara es, desde antiguo, pueblo de referencia en esta zona del Tajo internacional. El rey Alfonso IX concedió privilegios al lugar y de ese brillo le queda cierto peso que se nota en sus dos cajas de ahorro, en el centro de salud, la escuela y las viviendas dobladas , es decir, con el doblado convertido en morada.

La casa de Vicenta

Una de esas casas remozadas está en la calle Nueva. Pertenece a Vicenta Rodríguez y a Lucas Alonso. Está cerrada, pero la gente la señala y se emociona. "Ahí pasaba los veranos Juan Alberto desde que era niño. Ya no volverá más. Le estamos llorando mucho". Ignacia Cabello se emociona. Y gime. Y en sus lágrimas se resume la pena de un pueblo que ha perdido al hijo de Vicenta la del comercio, a Juan Alberto.

Santiago de Alcántara llegó a tener 4.000 habitantes en los años 60. Después, el éxodo. Hoy sólo quedan 800. Entre aquellos emigrantes estaba Vicenta Rodríguez. Su padre tenía una mercería en la calle Nueva. Vicenta se enamoró de Lucas, un primo suyo de Cedillo que había sacado las oposiciones de Correos. Se casaron. Se fueron a Madrid. Tuvieron dos hijos. Uno de ellos, Juan Alberto.

"Cuando hacía COU, tuvo leucemia, pero la superó gracias a la energía de sus 17 años", recuerdan las vecinas. Acababa de casarse, tenía una hija, el jueves esperaba un tren en la estación de Atocha. Una bomba lo destrozó. El viernes, todo el pueblo se reunió en la plaza entre tañer de campanas y calló 10 minutos. Hoy, Santiago de Alcántara vota.

"Juliana Lobato Batalla... Vota" Y Juliana sonríe satisfecha, y se atusa el pelo, y sus pendientes de oro resaltan sobre el luto. "Francisca Batalla Nevado... Vota". Y Francisca se recoloca su pañuelo de cien colores. Entra un anciano y María Luisa, la presidenta de mesa, lo mira con respeto. María Luisa es celadora en el centro de salud y es novata en presidencias. Blas no es novato, que ya votaba cuando la República y es el abuelo del pueblo.

"Tengo 95 años. Ando un poco corto de vista y algo de sordera sí que tengo, pero juego mi partida todos los días y me tomo mi copita de anís. Crié a los hijos en el campo, en un chozo. Ahora, mis 21 nietos y mis 18 bisnietos viven mucho mejor. ¿Lo del muchacho que han matado en Madrid? Mucha pena, claro, mucha pena". En el Salón Baneva se hace el silencio. Juliana, Francisca, Ignacia... Todas se guardan las lágrimas. Se oye la voz de la democracia, la voz de María Luisa. "Blas Pavón Mogena... Vota".