Agustín Muñoz, especialista en Infeccioso, recuerda aún cómo hace 20 años llegó al Hospital Provincial, donde era director adjunto, Roberto, un niño de 11 años que encontró una médico tendido en su cama del antiguo Hernán Cortés, del que era alumno. Un médico varón lo llevó en su coche al centro, inconsciente y con fiebre, y le practicaron diversas pruebas; "llegó prácticamente en muerte cerebral; se le hizo un escáner y se vio que tenía un tumor en el mesencéfalo; a partir de ahí, la muerte cerebral, pues el tumor era inoperable", relata Muñoz.

Entonces se planteó la donación, aunque, "entonces no existía órgano de coordinación, ni se habían hecho trasplantes ni donaciones, era la primera vez que se pedían órganos para donar en la región. Ahí comenzó la historia", explica Muñoz.

Hubo que hacer la autopsia, convencimos a la madre y accedió, "no puso pegas, imagina el drama. En ese momento no partíamos de cero, sino de menos 15. Hubo que determinar que no había tóxicos, tuvieron que certificar la muerte cerebral tres especialistas, eran los requisitos y todo se hizo a una velocidad alucinante".