ETA no levanta cabeza. Desde la ruptura del último alto al fuego, con el atentado de la T-4 en diciembre del 2006, la organización terrorista ha sido descabezada en seis ocasiones. La última, el pasado 20 de mayo con la caída en Francia de Mikel Carrera, alías Ata, su último "gran general", como le definía la semana pasada un responsable de la lucha antiterrorista. "Ata ha sido el último gran jefe militar de ETA. Ya no queda nadie con su autoridad dentro de la banda", añadió el mismo responsable.

Varios han sido los factores que han permitido que solo este año, las fuerzas de seguridad hayan participado en la detención de 68 terroristas en nueve países diferentes. La implicación del CNI (Centro Nacional de Inteligencia) en la lucha antiterrorista ha sido crucial en las investigaciones. A primeros del año pasado, los servicios secretos españoles intervinieron unos correos electrónicos con datos que agilizaron algunas importantes investigaciones en curso. Para lamento del Cuerpo Nacional de Policía (CNP), los espías optaron por colaborar fundamentalmente con la Guardia Civil que ha sido, tanto en España, como en las operaciones en el extranjero, la protagonista de buena parte de las detenciones de etarras.

La más importante, sin duda, la de Ata y su lugarteniente, Arkaitz Agirregabiria, en un piso en el sur de Francia en el que se habían citado con una tercera activista para tratar de la reorganización de los comandos ante el acoso policial.

Los descabezamientos sucesivos y el reguero de detenciones sumieron a la banda en una auténtica paranoia ante la creencia de que se habían conseguido infiltrar topos en sus filas o las fuerzas de seguridad fichar a traidores. Tal psicosis ha provocado en los últimos meses una limitación total de los movimientos y comunicaciones de los etarras, que han complicado mucho las conversaciones con los representantes de la izquierda Abertzale.

El asesinato de un gendarme francés el pasado 16 de marzo puso todavía más a ETA en el punto de mira de la policía francesa.