Además de la Magna, las cofradías también realizaron un esfuerzo muy intenso durante la madrugada y la jornada de Viernes Santo para sacar a la calle quince pasos en cinco procesiones prácticamente consecutivas. La primera en hacerlo fue la Hermandad Universitaria de Jesús Condenado con su imagen titular, que porta solo el patíbulum (travesaño de la cruz) en una iconografía realmente singular basada en estudios históricos. Esta cofradía, la más joven de la Pasión cacereña, cubrió un nuevo itinerario intramuros desde el palacio de las Cigüeñas, donde sorprendió al público con una proyección inicial que supuso un aldabonazo a las conciencias sobre las necesidades del mundo. Un trío de cuerda acompañó la salida de la talla, aportando un matiz muy especial que ya es distintivo de la cofradía.

Mientras esta procesión discurría en completo silencio por San Mateo, Cuesta de la Compañía, calle del Mono, adarves, Perero y Rincón de la Monja, en el templo de Santiago se ultimaban los preparativos para el mayor cortejo penitencial que Cáceres pone en la calle cada año: la procesión de la Madrugada, de la cofradía de Jesús Nazareno, en la que participan centenares de hermanos capaces de sacar nueve pasos, algunos de ellos composiciones con varias tallas como La Caída y El Calvario, y otros de excepcional valor histórico y artístico como el Cristo de las Indulgencias (XVI) y Jesús Nazareno (1609), una imagen de profunda devoción en la capital cacereña desde hace cuatro siglos. Además, los hermanos de carga infantiles estrenaron una nueva composición del paso del Cristo de los Milagros (XV) con el buen y el mal ladrón a su lado, en el Gólgota.

La procesión comenzó a las cinco de la madrugada con la emotiva salida del Nazareno acompañado del toque de silencio y de la saeta de Juan Corrales que enmudeció a la multitud. Los nueve pasos enfilaron hacia la plaza Mayor, Pintores, San Juan, Pizarro, Santa Clara y los adarves, donde el amanecer sorprendió a la comitiva, que no finalizó su estación de penitencia hasta las diez de la mañana.

A esa hora, los hermanos de la Expiración organizaban ya su larga salida de la mañana de Viernes Santo desde San Mateo, con los pasos de Nuestro Padre Jesús de la Expiración, un cristo gótico de los más antiguos que procesionan por España (siglo XIV), y la Virgen de Gracia y Esperanza, una talla elaborada en madera de cedro por el director de la Academia Española de Imaginería de Sevilla, Angel Luis Schaltter, que además ha cambiado su ornamentación con nuevas columnas de flores y figuras de ángeles sobre peanas.

La hermandad ha sido escoltada este año por dos bandas y ha querido que ambas sean cacereñas: Humilladero y Sones de Pasión. Al finalizar el recorrido, la comitiva conmemoró la ceremonia de la Expiración justo a las tres de la tarde en San Mateo.

La mañana de Viernes Santo es también, desde hace décadas, la mañana de los Estudiantes, una cofradía con numerosos hermanos de todas las edades muy vinculada al colegio San Antonio. Su Cristo del Calvario (Cristo de los Estudiantes) tiene un alto reconocimiento por su calidad artística, fruto de la escuela castellana de imaginería del maestro Gregorio Fernández (siglo XVI). La belleza de la imagen, sus detalles tan realistas, las extraordinarias andas de madera y la acertada composición de claveles rojos volvieron a congregar a numeras personas a su paso por el casco viejo, en un largo cortejo de devoción franciscana.

Al anochecer de Viernes Santo, con todos los pasos ya en sus templos después de días sin tregua ni descanso, comenzó la procesión oficial de la Semana Santa cacereña, el Santo Entierro de la cofradía de la Soledad, acompañado por representaciones de las distintas hermandades cacereñas y las autoridades civiles y eclesiásticas. Tras la ceremonia del descendimiento, el cortejo partió de la Soledad enlutado y el silencio para adentrarse en los adarves buscando la noche. El primer paso, Cristo Yacente (1583) llevaba este año nuevas andas más ligeras en consonancia con la composición. Detrás, la Virgen de la Soledad, una imagen con cuatro siglos de antigüedad muy querida desde hace siglos por el pueblo cacereño, que volvió a echarse a la calle para arropar la comitiva más triste de la Pasión.