"Yo no puedo perdonar". Tras la afirmación de Rafael Güell no se encuentra la ira o la venganza. No es un desafío. Tras casi 19 años de dolor "diario", es sólo una constatación. No puede perdonar. En junio de 1987, Milagros, su mujer, murió en el aparcamiento del Hipercor de Barcelona tras la explosión de una bomba colocada por ETA. El tenía entonces 45 años. Sus hijos, 17 y 12.

"Toda medida que facilite la paz me parece bien", dice en referencia al comunicado de la banda del miércoles, para añadir, siempre tranquilo: "aunque no me gustaría que los soltasen a los presos etarras antes de que cumplan íntegramente sus condenas".

Se muestra escéptico ante el anuncio etarra de cese de actividad: "No me lo creo", afirma y recuerda que "la otra", la tregua anunciada en septiembre de 1998, "sí" se la creyó.

Ante el centro comercial donde se produjo la matanza, y cuyas puertas no ha traspasado desde ese 19 de junio, Güell, exdirectivo ya jubilado de una empresa de parafarmacia, espera que antes de abordar la situación de los presos etarras se encare la de las víctimas. Por ejemplo, las del Hipercor. La mayoría "aún no ha recibido la indemnización". Tras los primeros días "en que llegaron muchos telegramas de pésame", nadie de la administración se le ha dirigido para preguntarle si necesitaba algo. --X. B.