¿El mejor momento para un rehalero? Cuando abres el portón del carro en la montería y los perros salen corriendo y se adentran en el monte buscando los encames de las piezas», dice José Luis Rosado, perrero desde hace más de 25 años, uno de los 750 que están integrados en las cinco asociaciones que componen en la región la Federación Extremeña de Rehalas. Este fin de semana se levanta la veda de la caza mayor y se pone en marcha un intenso calendario para el que llevan ocho meses esperando, desde que concluyó la temporada anterior el pasado mes de febrero. A partir de este sábado y hasta el febrero siguiente, Rosado y sus perros recorrerán la región para participar en una treintena de monterías «por pura afición, porque a esto ya no se le gana dinero», reconoce. A la mayoría, les basta con no perder.

José Luis Rosado es un hombre de campo, que se crió yendo a cazar conejos con dos perros lobo que su padre usaba para cuidar el ganado en La Roca de la Sierra, en plena Sierra de San Pedro, uno de los espacios cinegéticos más reconocidos de la región. Eso era con diez años «y cuando aún había conejos, que ahora ya no hay nada», apostilla. Fue precisamente en la Sierra de San Pedro donde comenzó a participar en monterías y de ahí se enganchó al papel de las rehalas que conjugaban «la caza y los perros, mis dos pasiones», dice.

Comenzó a conformar la suya con la ayuda de su hermano aunque luego continuó solo; primero una recova y luego dos y un total de 41 perros con una veintena de animales cada una (Rocky, Luna, Estrella... todos tienen nombre y a todos los identifica). A ellos dedica todas las tardes en una finca escarpada en la que corren los animales y destina también no pocos esfuerzos económicos. En el capítulo de gastos: unos 260 kilos de carne a la semana y seis o siete sacos de pan (entre 80 y 100 euros cada mes), 20 euros del microchip de cada uno de los perros, además de los cuidados veterinarios (revisiones, vacunas, cartillas…) y los seguros de los vehículos para transportar a los animales. En total, pueden suponer unos 7.000 euros anuales, según la estimación de la Federación Extremeña de Rehalas. En cuanto a los ingresos: unos 200 euros por montería, lejos de la condiciones de hace 25 o 30 años, cuando los rehaleros recibían un puesto en cada montería y una compensación económica que en conjunto podían rondar las cien mil pesetas (unos 600 euros al cambio).

Una mera afición

«Cuesta más el collar que el perro», dice Rosado tirando de refranero para explicar la situación de los rehaleros ahora. No se refiere a los canes en sí (los buenos ejemplares, al contrario, cotizan), sino al hecho de que aunque los gastos para sostener una rehala se han ido incrementando con el paso del tiempo, no lo han hecho los beneficios en la misma proporción sino más bien al contrario. «Esto se hace por afición porque aquí no se gana dinero. Esto no da para comer a una familia», asegura. Él se gana la vida como jornalero en el campo: el corcho, el olivar...

La montería está intrínsecamente ligada a la rehala y viceversa. La montería se define como la modalidad de caza mayor consistente en batir una superficie de terreno, denominada mancha, mediante recovas de perros y batidores (pueden trabajar por término medio unas 15 rehalas) que levantan las piezas para dirigirlas hacia los cazadores colocados en puesto fijo. No pueden existir la una sin la otra. «La rehala en Extremadura es un colectivo muy importante», reivindica Javier Mejías, rehalero, presidente de la Federación Extremeña de Rehalas y vicepresidente del colectivo a nivel nacional. Lo dice por el reconocimiento que los perreros extremeños están teniendo en el resto de España entre los aficionados a la caza mayor, pero también por el hecho de que la mayoría de los que desarrollan la actividad estén ya dentro de la federación (no es obligatorio el registro).

Controversia

«Ningún rehalero de verdad abandona a uno de sus perros en el campo. No ha pasado y no pasa», Mejías entra de lleno en uno de los debates que les tiene permanentemente señalados con denuncias de las asociaciones de defensa de los animales y que desde la federación rechazan. «Quien diga algo así no sabe lo que supone un perro para un rehalero», añade. Y habla de su propia experiencia, con jornadas de caza que se han alargado más allá de las once de la noche buscando a algún animal perdido en el monte y que incluso se han prolongado durante un mes yendo un día tras otro a la misma mancha a buscar a un perro que no había vuelto al terminar la montería.

«Te puedo asegurar que a nadie le duele más que a mí perder a uno de mis perros o que muera uno de mis perros», asevera Rosado. Y conoce muy bien la experiencia. Él es el rehalero que aparece en el famoso vídeo que se hizo viral el año pasado de una montería en Herreruela, en la que se ve a varios canes cayendo por un cortado junto a un venado. Uno de ellos (Faroles, un podenco) murió aplastado por el venado, el otro que fue arrastrado por la pieza que intentaban cobrar (Ligero, un dogo argentino) resultó malherido con fracturas en la mandíbula y dos patas, fue operado y sigue viviendo en la finca con el resto de perros. «Ya no caza, no puede porque no puede caminar, pero se quedará aquí con los demás, como siempre», asegura.

Rosado aún no da crédito a lo que pasó aquella jornada en un cancho por el que había pasado otras veces y en el que ya había estado en otras monterías. Los perros iban muy por delante de él con el ciervo y no vio nada hasta que el cazador que estaba en el puesto más próximo le advirtió de que los perros se iban a caer por el cortado. «Me lancé a intentar agarrar al ciervo», recuerda. Pero el animal dio una embestida y al revolverse el venado cayó con los perros que lo tenían enganchado.

«Fue un desgraciado accidente», insiste. Pero antes de terminar la montería el vídeo ya corría como la pólvora por grupos de whatsapp y redes sociales, y al final la fiscalía de Medio Ambiente abrió una investigación de oficio que concluyó el pasado verano archivando la causa. El defensor del pueblo también inició una investigación que está pendiente de resolver.

«Me insultaron, me amenazaron, decían que iban a hacerle no sé qué a mi coche para que nos matáramos mi familia y yo. No dormía, me asustaba cada vez que algún coche se paraba delante de mi casa», cuenta Rosado de esos meses. Y acabó necesitando tratamiento médico para reducir la ansiedad.

¿No pensó en dejarlo? «Nunca, ¿por qué?. No hago nada malo ni ilegal. Esto no tiene que gustarle a todo el mundo y yo lo entiendo. Y a quien no le guste que no lo haga, pero que al menos nos respete igual que yo respeto. Y que nadie dude de que a ninguno le dolió más que a mí perder a ese perro. Son mis animales, los cuido cada día, les quiero. ¡Y claro que no quiero que les pase nada! A ninguno», reivindica. Hoy sábado, Rosado abre la temporada de caza mayor en Navarrondillo: «solo espero no dejar este año a ningún perro en el monte».