Si Zapatero se debatía desde hace tiempo sobre la conveniencia o no de adelantar las elecciones generales, pero se inclinaba por agotar la legislatura, el batacazo electoral del 22 de mayo cambió radicalmente el sentido de la balanza. No solo por lo político, también --y muy importante-- por lo anímico. Esa derrota sin precedentes obligó al PSOE a desalojar ayuntamientos y comunidades autónomas, pero sobre todo, certificó el desgaste que la crisis económica había producido en la popularidad del presidente del Gobierno y en la de su partido, y dejó a los socialistas desnortados y hundidos.

Desde entonces, Zapatero dejó de hablar de agotar la legislatura y se decantó por expresiones ambiguas, como cumplir los compromisos. Porque más allá de los desmentidos de manual a las informaciones que presuponían elecciones en otoño, la decisión de adelantar los comicios estaba tomada hace días. Bueno, con las dudas sobre los efectos que podría tener la convocatoria en la estabilidad financiera y con la rabia que da que parezca que adelantas presionado por la oposición, los empresarios, el propio partido o incluso algún medio de comunicación.

Superados los recelos, a Zapatero se le vio ayer aliviado al anunciar con tanta antelación la fecha electoral. Tan aliviado que cuando justificaba la fecha del 20-N diciendo que así el 1 de enero estará ya formado el nuevo Gobierno, parecía decir "año nuevo, vida nueva, el 1 de enero me habré librado de esto". Se quita un peso de encima, y lo hace convencido de que es bueno para España y para el PSOE.

Es evidente que no adelanta obligado por la falta de apoyos para sacar los presupuestos. Podía contar para ello con PNV, Coalición Canaria y UPN, que ya se habían mostrado predispuestos, pero nadie sabía a qué precio, y proponer ahora más restricciones presupuestarias solo le iba a proporcionar disgustos, la agresividad del PP --que, según los sondeos, tendría que aplicarlas en el Gobierno--, el desmarque de CiU y más sangría de votos si los ciudadanos las percibían como otro tijeretazo.

Así que, visto que los mercados no dan tregua y que tanto da, en ese sentido, agotar como adelantar, el presidente ha optado por lo que la mayoría de los dirigentes del PSOE consideraba también lo más acertado. Sobre todo, ahora que Rubalcaba ha conseguido reanimar a las desmoralizadas bases socialistas y parece que empieza a reconquistar a ese electorado cabreado que abandonó al PSOE en mayo y tiende aún a refugiarse en la abstención. Dice el candidato socialista que está cambiando el viento electoral. Quizá es muy optimista, pero el último sondeo del CIS le da alas, porque sugiere una remontada y refleja el perfil que él va a explotar en la campaña: el de un tipo consistente, dialogante y eficaz frente a un Mariano Rajoy indolente.