El príncipe Felipe y Letizia despidieron anoche su soltería con un maratoniano besamanos por el que desfilaron un pelotón formado por miembros de 30 casas reales de todo el mundo llegadas a Madrid para el enlace del heredero de la Corona española. En tan regia ocasión, la inminente princesa de Asturias recibió en el palacio de El Pardo apretones de manos, besos y abrazos. Especialmente efusivos fueron los encuentros con sus hermanas, Telma y Erika, con sus abuelos y con Simoneta Gómez-Acebo, prima de Felipe.

Letizia se convirtió en el centro de atención. En su debut como anfitriona, lució un atuendo que, desde el vestido hasta el bolso, estuvo plagado de referencias al árbol genealógico de su novio. El diseño de Lorenzo Caprile, el mismo que la vistió en la boda de Federico de Dinamarca, era de color platino y estaba inspirado en el ajuar de María de las Mercedes, que, según cuenta la leyenda, fue la última reina española que se casó por amor. Para redondear el guiño histórico, Letizia se colgó dos complementos castizos: un abanico de nácar de Casa Diego y un bolso que perteneció a la infanta Isabel, la Chata.

Regalo de pedida

Así de histórica y con las joyas de la corona que le regalaron para la pedida (un discreto aderezo de pendientes y colgante que perteneció a la madre del Rey), Letizia recibió los parabienes de los 380 invitados. Seguramente, ninguno de los asistentes había asistido a un besamanos tan peculiar. Acostumbrados a estrechar manos regias, en esta ocasión se encontraron con una comitiva compuesta, entre otros, por una enfermera sindicalista --Paloma Rocasolano, la madre de la novia-- y un periodista --Jesús Ortiz, el padre--. Los dos, a pesar de estar divorciados, llegaron juntos.

A la cena acudieron los reyes de Suecia, Carlos Gustavo y Silvia, acompañados por sus hijas, Victoria y Magdalena; Beatriz de Holanda; Alberto y Paola de Bélgica, Margarita y Enrique de Dinamarca, y Harald y Sonia de Noruega. Al príncipe Carlos de Inglaterra le traicionó la puntualidad británica y llegó el último a la base aérea de Torrejón de Ardoz y al palacio de El Pardo. Apareció en solitario, como el príncipe Naruhito de Japón, cuya esposa sigue bajo tratamiento médico por depresión.

Sobre la alfombra de entrada desfilaron esmóquines y trajes largos, en el caso de las damas. La infanta Elena, siempre tan valiente, eligió un modelo goyesco --con redecilla en el pelo incluido-- para la gran cena de El Pardo. Su hermana Cristina apareció, espectacular, con un diseño del que se está convirtiendo en su modisto de cabecera, Jesús del Pozo. La Reina, vestida por Manuel Pertegaz, incluso se arremangó la falda para esquivar los charcos que la lluvia dejó a la entrada al palacio.

De hecho, la lluvia fue una de las protagonistas de la noche. Nada más entrar al patio, Felipe y Letizia miraron hacia el techo acristalado, sobre el que no dejaban de caer gotas. Algunas de las invitadas, como Kalina de Bulgaria, optaron por las faldas con cola, por lo que entraron al palacio con el bajo empapado. Ajenas a la meteorología, Carolina de Mónaco, y Noor y Rania de Jordania hicieron una entrada espectacular. Sus vestidos, en otras, hubieran parecido excesivos. Eso demuestra que la elegancia va por dentro.