Andrés, con casi 80 años a sus espaldas, se resistía a abandonar su casa, en Cambroncino, aunque las llamas comenzaban a aproximarse amenazantes hacia esta pedanía. "A mí de aquí no me mueven. Yo me quedo en mi casa y punto, como siempre he hecho", replicaba ante el esfuerzo de la Guardia Civil y Cruz Roja, que intentaban hacerle entrar en razón para que desalojase el pueblo. Como él, casi una veintena de vecinos apuraron hasta el último momento, cuando la proximidad del fuego y el humo obligó al mando del 112 a decretar la evacuación forzosa de la alquería.

"Mi casa está rodeada de pinos que he pedido insistentemente a la Junta y al ayuntamiento que talen y limpien, por si ocurría algo así. No han hecho nada y ahora todo el pueblo está en peligro por su culpa. Si yo me voy, ¿qué pasa con mi casa, quién va a defenderla del fuego?", argumentaba Juan Sánchez, también reacio a salir de Cambroncino.

Algunos de ellos se encerraron en sus viviendas, mientras los agentes de la Guardia Civil aporreaban la puerta y pedían comprensión a los inquilinos. Otros, como los hijos de María, trataban de humedecer el inmueble por si el fuego llegaba a penetrar en el casco urbano. "Tengo el ganado a las afueras y no sé qué va a ser de él. Los olivares seguro que ya se han quemado", se lamentaba ella mientras preparaban los coches

"Hace más de 10 años el fuego ya alcanzó alguna casa. ¿Y quién lo sofocó? Los vecinos que nos quedamos aquí a defender nuestras pertenencias", se excusaba Antonio, otro residente de la alquería, con experiencia como retén y muy crítico con la labor de los servicios de extinción en la tarde de ayer.

Las reticencias de este grupo de ciudadanos llegó a originar momentos de tensión con los agentes de la Guardia Civil, pero con la mediación de autoridades políticas y los consejos de los responsables de los retenes, todos accedieron de una forma u otra a desalojar Cambroncino, que a las seis de la tarde veía como el fuego avanzaba peligrosamente saltando cortafuegos y aprovechando la frondosidad de los extensos pinares, donde los árboles y la maleza acumulada apenas permitían avanzar a los servicios de extinción. "Si hubiesen limpiado esto...", reflexionaban Juan antes de montar en su coche.