Periodista

Añagazas aparte, es un hecho inconcuso que actualmente en Cataluña existen dos comunidades lingüísticas: la de los castellanohablantes y la de los catalanohablantes.

Días pasados, en un artículo publicado en un rotativo adicto a la ideología aquí dominante se decía que el 40 por ciento de la población del Principado habla normalmente catalán y se llegaba a la conclusión de que era necesaria una tercera ley de política lingüística, pues de lo contrario la lengua de Verdaguer tenía los días contados (La dulce muerte del catalán , La Vanguardia, 15-05-2003).

A partir de una población de 6 millones de habitantes, el 40% equivale exactamente a un total de 2.400.000 personas, que, de acuerdo con el artículo mencionado, es el sector de la población de Cataluña que se expresa en esta lengua. De ahí se infiere que el 60% restante --3.600.000 personas-- utiliza comúnmente el español. Ellos son los otros catalanes.

Se trata de una realidad social que, lamentablemente, no es respetada por la Administración autonómica, para la que sólo existe el catalán, pues es la lengua que utiliza --siempre que puede con carácter exclusivo y excluyente-- en sus documentos y comunicados, marginando a la española que, como se ve, es la de la mayoría de la población.

Explicar los pormenores de esta situación y los entresijos de las medidas que han llevado a ella requeriría un margen de libertad del que desgraciadamente yo no dispongo. Mucho menos viviendo como vivo en Cataluña.

Cierto es, en cualquier caso, que el español ha encontrado refugio en los hogares de la población inmigrada y, a pesar de medidas institucionales a todas luces antidemocráticas y antisociales, sigue imponiendo su ley en la calle y en general en todos aquellos ámbitos de la vida pública hasta los que aún no llega el largo brazo de la clase dominante.

Elemento esencial de la persistencia del español o, más exactamente, de lo español aquí y ahora son las casas regionales, que siguen conservando su lengua y sus tradiciones contra viento y marea. Se trata de colectivos con una gran homogeneidad socioeconómica formados por personas que emigraron del campo a la ciudad y accedieron a la clase media con el esfuerzo y el ahorro. En ellos se echa en falta la presencia de representantes de la cultura y de las profesiones liberales, los cuales en su mayoría han buscado acomodo en el establishment autonómico o han optado por el distanciamiento e incluso el anonimato para no concitar sobre ellos la enemiga del catalanismo triunfante.

Mientras tanto, el catalán ha dejado de ser una lengua marcada por sus limitaciones y carencias específicas para convertirse en la lengua oficial de la Generalidad y, consecuentemente, en la preferida por esa burguesía a la que el pujolismo ha regalado toda una Administración pública con sus cargos, sueldos, prebendas y privilegios.

Dicen que está a punto de concluir la era Pujol y que, cuando eso ocurra, se van a producir grandes cambios. Uno desearía que esos cambios, lejos de ser impuestos por la superestructura político-económica y sus agentes, respondieran a la realidad social.

La historia nos dice, nos enseña que la realidad social siempre termina imponiéndose a proyectos políticos nacidos de la codicia e impulsados por la perfidia, pues escrito está: "Sólo lo real es racional".

Yo sé que ése es el punto de partida para que un día sólo lo racional sea real, pero, ¿puede alguien pedir, demandar a los políticos de hoy que lean, entiendan y atiendan a un filósofo tan abstruso como el teutón G. W. F. Hegel?.