El Papa ha aprovechado esta celebración mundial del enfermo para reflexionar sobre María, que es: “Consoladora de los afligidos”. Y concretamente lo explica en el marco del episodio evangélico de las bodas de Caná.

En dicho relato recordaréis que Jesús convierte el agua en vino a expresa petición de la Virgen. Y el Papa nos dice que en las Bodas de Caná, María aparece como la mujer atenta, que está pendiente de los demás y que por ello se da cuenta de un problema muy importante, en aquel momento, para los esposos: ~ “Se ha acabado el vino”. ~ “Y el vino en las bodas es símbolo del gozo y de la fiesta”. María descubre la dificultad y, en cierto sentido, la hace suya y discretamente, sin llamar la atención actúa rápidamente. Ella no se limita a mirar y a pasarlo bien en la boda, y menos aún se detiene a juzgar, o a cuchichear como diríamos nosotros con lenguaje coloquial, sino que se dirige a Jesús y le presenta el problema tal como es: ~ “No tienen vino”. En ese momento Jesús taxativamente le dice que su hora no ha llegado aún y sin embargo María conocedora de la grandeza del corazón de Jesús, y conocedora también de sus designios, dice a los sirvientes: ~ “Haced lo que Él os diga”.

Y entonces Jesús, ese Jesús bueno y siempre cercano al que tiene necesidad, realiza el milagro, convirtiendo una gran cantidad de agua en vino, en un vino que además aparece de inmediato como el mejor vino de toda la fiesta. Cuánto ánimo, esperanza y consuelo nos presenta este acontecimiento y está singular forma de actuar de María. Y el Papa ahonda más y nos dice, con extremada belleza, que tenemos una Madre: ~ Con ojos vigilantes y compasivos, como los de su Hijo. ~ Con un corazón maternal lleno de misericordia, como Él. ~ Con unas manos que quieren ayudar, como las manos de Jesús, que partían el pan para los hambrientos, que tocaban a los enfermos y los sanaba. Esto nos llena de confianza y nos abre a la gracia y a la misericordia de Cristo. Y Francisco nos dice que la intercesión de María nos permite experimentar la colosal gracia de la consolación por la que el apóstol Pablo bendice a Dios: ~ Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos anima en cualquier tribulación… Porque lo mismo que abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, abunda también gracias a Él, y con Él, nuestro consuelo.