Tristemente, pocos colegas suyos se le parecieron, sobre todo en esa época de palmetazos, varas de olivo cimbreantes algunas domadas por el uso tiempo infinito sobre todo al soportar el excesivo peso de Biblias y enciclopedias Álvarez en cruces, cual balanza arrinconada y de rodillas cuando la tabla de multiplicar correspondiente no se había repetido reiteradamente cuando las cuestiones correspondientes al fuego eterno e imperecedero junto al diablo no se habían repetido al pie de la letra, aunque nuestra ignorancia amplificada no nos permitiese ni siquiera argumentar, preguntar o dudar sobre las deidades o incluso cuando la pobreza te había castigado a no llevar un material solicitado incluido hacer gimnasia en calzoncillos tras comprobar que determinados maestros no tenían una consistencia ética y social acorde con la pobreza de muchas familias pagando esos muchachos y siendo fuente de burlas, vejaciones y ridiculizaciones… Eran las consignas rígidas de una Educación que poco ha madurado, aunque haya cambiado en las formas, pero poco en el fondo.Don Fernando supo transmitirnos a muchos niños la devoción por la lectura y la motivación mediante especies de juegos y concursos, aún no conocidos ni siquiera en aquellas contadas televisiones castigadas a una monocadena en blanco y negro, donde el estímulo de adelantar puestos en la clase y la ilusión y motivación por preguntar nos hacía fácil y entretenido ese aprendizaje efectivo y jamás caduco. Tras bellas historias, muchas veces narradas los sábados por la mañana antes de sufrir un sermón obligado en la parroquia correspondiente y donde la desidia y el aburrimiento generalizados actuaba como un notable dispersador de atención siendo la atracción principal observar a algún maestro cómo se limpiaba las orejas, las fosas nasales o la constante apertura de boca, mientras algunos compañeros no se apartaban de él esos que le limpiaban con devoción equivocada el Seat 850 verde a la hora del recreo mientras de vez en cuando, el cura con un tono elevado y visceral, al observar nuestra poca atención generalizada, nos despertaba de ese conteo hacia las veces que susodicho maestro bostezaba, se llevaba el dedo a su napia o en el mejor de los casos lo usaba como sacacorchos para limpiarse el exceso de cerumen.Era curioso como a don Fernando, el que nos imponía un crucifijo en nuestros labios al entrar en nuestras clase, cual obispo al uso, y dejarnos la primera hora de pie para aprender jugando a responder, jamás ví que ningún pupilo suyo le intentase criticar ni hacer burlas de alguna característica suya por ejemplo su escasa estatura. No había, como ahora se insiste tanto una proclamación de autoritarismo. Era simplemente un proceso generado durante sus muchos años de docencia decente y pedagógica lo que había encumbrado a un excelente maestro a la categoría de AUTORIDAD, que no de autoritarismo, pues excepto en una ocasión que perdió los nervios en clase y mediante un tono de voz elevado se hizo de nuevo con el respetable, lejos de palmetas, tirones de orejas, desprecios por algún alumno particular en presencia de toda una clase asustada e incluso la ira desproporcionada de alguna vara "cimbriona" guiada por una mano insensible y poco escrupulosa.Don Fernando era un maestro con mucho pedigrí, amante de su trabajo y, seguro, de sus niños. A la memoria de don Fernando Civantos Morales, hombrecito rechoncho por su edad avanzada y su escasa altura, mitad abuelo mitad maestro, pero en esencia una excelente persona. Sin duda alguna, mi mejor maestro y enseñante, al que conocí con apenas 8 años.