Decenas de atenienses, varios de ellos con lágrimas en los ojos, vieron la semana pasada cómo más de 300 piezas artísticas que llevaban 2.500 años inmóviles comenzaban a moverse. El traslado de la Acrópolis iba a ser corto, a solo 300 metros, e iba a ser para bien, pues el recinto donde estaban expuestas se había quedado pequeño, pero, aun así, hubo emoción entre los presentes. No todos los días se muda un símbolo de la civilización occidental.