Cincuenta años después de la entrada triunfal de las feromonas en el mundo de la ciencia y, seguidamente, de la cultura popular, los científicos todavía no han podido identificar y aislar en humanos las misteriosas sustancias que presuntamente nos hacen desear al prójimo de manera irracional.

Se supone que existen porque así lo avalan infinidad de experimentos, pero se desconoce su identidad química y es imposible demostrar si tienen una función relevante en las relaciones humanas.