Los tabloides pueden cebarse con ella. Estados Unidos puede ponerle trabas para el visado. Pero nada es suficiente para impedir que se reconozca a Amy Winehouse como uno de los más interesantes y prometedores fenómenos de una industria musical hoy angustiosamente necesitada de ellos. Eso hicieron los 13.000 miembros de la Academia de Grabación de EEUU el 10 de febrero, cuando concedieron a la británica de 24 años cinco de los seis Premios Grammy a los que optaba. Solo se le escapó el de disco del año, que contra pronóstico, recayó en el homenaje de Herbie Hancock a Joni Mitchell.

Aunque el departamento de Estado de EEUU revocó la negativa de la embajada en el Reino Unido a concederle el visado, Winehouse no tuvo tiempo --o ganas-- de viajar a Los Angeles y paladeó el sabor de la victoria en un estudio en Londres. Cuando allí eran las cuatro menos veinte de la mañana comenzó la retransmisión vía satélite de su interpretación de dos canciones en la que borró los fantasmas de desastrosas actuaciones que recorren Youtube.

EL MARIDO Y LA DROGA

Recibió alguno de los premios con cara casi infantil de sorpresa y emoción. Se abrazó a su padre y a su madre. Y con esta a su lado, dio los agradecimientos, incluyendo un "a mi Blake encarcelado", una referencia a su esposo (al que incluyó en la letra de las dos canciones).

Con su música, su presencia y sus victorias, Winehouse obligó a enterrar, siquiera momentáneamente, las informaciones que se centran en sus problemas con el abuso de drogas o a su paso por un centro de rehabilitación. Y con sus tatuajes, su pelo-colmena, su piel blanca y su voz negra, su minivestido negro, era solo una artista. Triunfadora.

Si con sus reconocimientos a Winehouse la Academia premió un fenómeno, rompió los moldes con el Grammy a River: the Joni letters , de Hancock. Un álbum de jazz no se había llevado el premio gordo desde 1964. Y aunque Hancock, a sus 67 años, ya ha ganado otros 10 Grammy, lo que le llevó al éxtasis fue la sorprendente decisión que le impuso a Winehouse, Kanye West (que logró cuatro de los ocho galardones a los que optaba y realizó un sentido homenaje a su madre muerta), Vince Gill (mejor disco de country) y los también premiados Foo Fighters.

Parafraseando a Barack Obama --que se impuso a Clinton en la categoría de palabra hablada con el audiolibro La audacia de la esperanza --, Hancock gritó: "Yes we can" (sí, se puede).