No son tan jóvenes como para hacer bandera de esa condición, pero si no has cumplido los 40 todavía puedes formar parte de la promesa. El extremeño Julián Rodríguez cruzará esa frontera en verano y el asturiano Ricardo Menéndez Salmón lo hará dentro de tres años. Ambos se toman la literatura muy en serio, tienen varios libros tras de sí y una excelente y amplia consideración crítica desde hace unos pocos años. Producen novelas de densa brevedad, han ganado premios clave sin márketing añadido (Ojo Crítico, Qwerty, Nuevo Talento Fnac), viven alejados de los grandes foros literarios y ahí se acaban las similitudes porque sus estilos son diametralmente opuestos. Simplificando odiosamente, Rodríguez es el moderno y Menéndez Salmón, el clásico. Pero eso no explica todos los matices de sus respectivas prosas.

El primero acaba de publicar Cultivos (Mondadori), un libro de difícil clasificación que prosigue un ciclo autobiográfico iniciado con Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás . "Se trata de unas memorias prematuras o de un diario sin cronología en el que el tiempo va en vaivén". Así define Rodríguez su experimento, fruto de una crisis provocada por una desenfrenada dedicación a la redacción de guías de viaje. El antídoto: detenerse. "Y la prosa es lo que te hace pensar".

Derrumbe (Seix Barral), la novela de Menéndez Salmón, es una historia de terror con detalles que harían las delicias de Lynch y Cronenberg, dos de los directores de cabecera del autor. Aquí prosigue esa indagación sobre el mal que ya hizo mucho ruido en La ofensa . "Derrumbe sitúa el foco sobre la pura contemporaneidad y me gusta pensar en ella como una novela sobre los miedos: ante la destrucción de lo que más queremos, del círculo más íntimo, a la soledad, a la incomunicación o el miedo al propio miedo. Creo que el miedo a raíz de los atentados se ha convertido en una ideología".

Ambos autores, aunque reticentes a colocarse bajo el foco, coinciden en detectar que algo se mueve en la literatura española. "No sé si para merecer las etiquetas que se están poniendo --establece Salmón--. Lo que está claro es que somos una generación catastral, compartimos edad e intereses, pero la plasmación de esos intereses dibuja trayectorias muy distintas. Lo único bueno de todo esto es que parece que la narrativa en castellano, hoy por hoy, tiene recambio".

A Rodríguez, hablar de generaciones le produce sarpullidos --aunque sus señas de identidad sean 100% afterpop , mutantes o nocilleras-- y para convocar ese miedo recuerda a la generación Kronen, la de Loriga, Mañas y Maestre, que nació a principios de los 90 y una década más tarde se había convertido en "veneno para la taquilla".

CULTURA DEL SIMULACRO

"¿Quieres una vinculación?", pregunta Salmón. "Todos somos muy amigos. Con Fernández Mallo líder de la generación Nocilla, por ejemplo, tengo una relación estupenda y me siento más ligado a él que a su obra". La queja es que la prensa ha querido colocar a clásicos y modernos en un cuadrilátero. "Y quizá no estamos tan alejados unos de otros --admite Salmón--. Todos somos escritores de nuestro tiempo y utilizamos las mismas referencias: la cultura del simulacro, los centros comerciales, la descomposición de la familia, el terrorismo...".

Lo mejor de esta situación cambiante, para el extremeño Julián Rodríguez, es que por primera vez en muchos años los editores --por cierto, él lo es de la editorial Periférica-- no te echan a patadas. "Se leen tu novela y comentan: ´uh..., es rara. Pero a lo mejor funciona´".