El escritor Richard Yates solo ha logrado ser famoso ahora que lleva más de 15 años muerto y encima gracias a una película, la más relevante de cuantas el pasado viernes se estrenaron en nuestro país. Durante su vida, no fue precisamente un best-seller. ¿Por qué? Quizá porque ayer como hoy la gente consumía ficción --leída, vista, oída-- para evadirse, y Yates, en cambio, hablaba de aquello de lo que muchos de nosotros tratamos de escapar: vidas de mediocridad prefabricada en las que nos acomodamos cuando nuestra ambición personal da paso al deseo de tener una vida normal.

En 1961, Yates escribió su primera novela, Vía revolucionaria , la historia de una joven pareja cuyo matrimonio se desintegra cuando, tras haber comprado una visión modélica de la familia nuclear, descubren que sienten repugnancia por su entorno, por los caminos que han escogido en la vida, por la persona que duerme a su lado y por sí mismos, porque creían ser mejores que los demás y ahora resulta que tal vez se han convertido en aquello que aborrecen con condescendencia. Yates retrata toda la violencia que Frank y April Wheeler se arrojan el uno al otro no porque hayan echado a perder su excepcionalidad, ni porque estuvieran equivocados al creer que eran especiales. No, su problema es que no saben si son excepcionales o no porque, en el fondo, se miran al espejo y no saben qué ven.

La versión cinematográfica de Sam Mendes, Revolutionary Road , cuenta la misma historia.

Existe la perversa ironía en el hecho de que los dos amantes de Titanic --kate Winslet y Leonardo DiCaprio-- que perfeccionaron la noción de romance cinematográfico, aparezcan aquí igualmente hundidos, aunque esta vez en su matrimonio.

No obstante, cuando Hollywood reúne a dos de sus estrellas más rutilantes es que tiene objetivos diferentes a los de la novela de un alcohólico huraño que nunca pretendió hablarle a una audiencia masiva.