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CONFIANZA

Maestro

Poco a poco he ido observando el deterioro de las vallas desde las que Floriano pedía confianza. El viernes me fijé en la de la rotonda del Vivero. Tras las lluvias sólo parte del rostro del candidato perdura. La gente difuminada que le acompaña ya no está, la gaviota ha volado y comparte espacio con un acondicionador de aire y el precio de alguna oferta del centro comercial próximo. La palabra confianza ha desaparecido. La publicidad pagada tiene esas cosas. Se pega la imagen a la valla y dura lo que las lluvias la respeten o el tiempo estipulado en el contrato.

La confianza se logra de otra forma, mirando a los ojos a la gente, estrechando sus manos y sabiendo que los callos que adornan algunas, y las arrugas que surcan las frentes de nuestros mayores, son los signos externos de una vida dura. También hay que escucharles para sentir como propios sus problemas y buscar soluciones entre todos.

Lo de las vallas, las visitas de Aznar, el desfile de ministros y toda esa parafernalia ya la conocemos de ocasiones anteriores. Y es que es muy fácil venir, reírse cuando se habla del tren de alta velocidad, inaugurar, poner primeras piedras y marcharse sin decir nada de los problemas que más nos preocupan. Y luego pasa lo que pasa.

Ya hay alcaldes populares que dicen que no han contado con ellos para conocer de primera mano el problema que representará para algunos de nuestros pueblos la retirada del PER. Eso sí, a los del lino, a defenderlos a muerte. Vienen tiempos del y tú más, vosotros también lo hacíais, aunque perlas como la que recientemente ha soltado una destacada portavoz popular que, ante el empeño de mi partido de que se aclaren las privatizaciones y lo que pasó en Gescartera, ha dicho que "a los españoles ya no les importa la corrupción", son difíciles de superar. Según ella, lo dicen las encuestas. El paro y el IPC se han puesto de acuerdo para crecer y ya van reconociendo los de la econosuya que su España ya no les va tan bien.

Por aquí las cosas tampoco están boyantes y parece que a Saponi no le gusta que los ciudadanos manifiesten sus quejas. Inició la legislatura ordenando retirar una pancarta y, siendo Cáceres capital contra la intolerancia, ha convertido la casa de todos, que no es otra que el ayuntamiento, en un baluarte desde el que gobierna a la defensiva. El remate ha sido el trato dado a un ciudadano, vecino de La Mejostilla, que como no puede hablar con el alcalde, tiene la sana costumbre de acudir a los plenos con un cartel en el que le recuerda cosas que no ha hecho.

En el último pleno estuvo tentado de expulsarlo del salón y al día siguiente fue desalojado del ayuntamiento, donde estaba sentado leyendo el periódico con su cartel a los pies. Por cierto, este ciudadano tenía confianza en Saponi y en las soluciones que prometió. Por eso le votó. El inconveniente es que vive en un barrio con muchos problemas, tiene interés en solucionarlos y los que prometieron soluciones no están por la labor. ¡Pues qué bien!

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