Opinión | Es decir
Menos mal no es lo contrario de más bien
La pregunta es si la denuncia contra su mujer ha sido realmente la causa de su sobreactuación o ha sido el golpe más certero de una piqueta para demoler su resistencia política
Una observación (por empezar por algún sitio): durante estos cinco días de espera, al presidente se le ha dejado de llamar ‘presidente del Gobierno’ y, tanto los medios de comunicación como los ciudadanos, se han referido a él como Pedro Sánchez (y, entre los ciudadanos, igual los contrarios que los favorables, es decir, los contrarios a que dimitiera y los favorables a que lo hiciera, aunque estos últimos, es de suponer, lo habrán mentado con alguno de sus motes, animalitos). En este sentido, y aun a riesgo de dar pábulo a la metáfora del ‘descendimiento’, Pedro Sánchez ha descendido desde la condición de político con cargo de presidente hasta la de hombre común con dudas, sin que esto sirva, como se acaba de advertir, para hablar de cosas raras como que «se ha visto su lado humano» o que sufre porque, pese a todo, es un ser humano, o sea, «un hombre que es en verdad un animal / y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza», por decirlo con Vallejo y el permiso de Jorge Bustos, considerando en frío.
Cuando Pedro Sánchez anunció: «Necesito… preguntarme si merece la pena… seguir al frente del Gobierno o renunciar», no lo hizo porque ya tuviera decidido que iba a dimitir (y lo anticipaba así, con tacto, suavemente, sin brusquedad, para que se fuera asimilando), sino que lo hizo para dudar. No había tal decisión, ya que las decisiones, si son decisiones y no otra cosa (pareceres, por ejemplo, que es justo lo que ha sido: un parecer que), son tan incontestables como los sentimientos. Y esto se entenderá mejor precisamente con el sentimiento amoroso, aprovechando que Pedro Sánchez decía en su carta que está profundamente enamorado de su mujer (como si hubiera escrito la carta en papel cuché, o destinada a la ‘prensa del corazón’). Así, del mismo modo que no hay argumentos ni razones capaces de hacer que alguien se enamore de una persona de la que no está enamorada, mucho menos los hay para que se desenamore de la persona de la que sí está enamorada. Tal cual las decisiones, incontestables, si lo son de verdad. Y la pregunta ahora no es si Pedro Sánchez se retiró a dudar entre el amor por su mujer y ser presidente del Gobierno. (Burdo, pero posible).
El que decide dimitir, como el que decide suicidarse, no se concede unos días para reflexionar si lo hace o no
La pregunta es si la denuncia contra su mujer ha sido realmente la causa de su sobreactuación (refunfuñona, sí, pero han sido cinco días de especulación, esto es, cinco de distracción) o ha sido el golpe más certero y destructivo de una piqueta que está golpeando hasta la demolición su resistencia política (o sea, moral), empezando por una investidura lograda a cambio de una ley de amnistía, seguida (non sequitur, ojo) por un mal resultado electoral en Galicia (por no hablar del voto del País Vasco: casi el 70 por ciento nacionalista), la renuncia a aprobar los Presupuestos y la presunta trama de corrupción que afecta a miembros del Gobierno. La denuncia contra su mujer sería la culminación, desde luego, por más que no haya indicios de delito que justifiquen su imputación por tráfico de influencias o de corrupción por su relación con empresarios y la concesión de dinero público a sus empresas. Pero es una denuncia que probablemente no tenga recorrido penal.
¿A qué, entonces, esa sentimentalización de la política? ¿A qué ese victimismo de que sufre una persecución de la derecha y la ultraderecha cuyo origen sitúa en «una galaxia digital ultraderechista» y en «una constelación de cabeceras ultraconservadoras»? ¿Por qué ese bochorno? ¿Acaso necesitaba la adhesión de la calle, los sindicatos, la cultura, la fidelidad a gritos del partido? ¿Precisaba ‘la aclamación del líder’, con las reminiscencias que eso tiene? ¿Y por qué en su carta personalizaba a la vez que generalizaba, es decir, por qué sugería que sus problemas (reales, sin duda, y no solo políticos) son problemas para la democracia y que quienes le atacan a él están atacando a la democracia («L’État c’est moi», dijo un pomposo de dieciséis años en el Parlamento francés)? ¿Para qué, en fin, esta reclusión y esta espera? El que decide dimitir, como el que decide suicidarse, no se concede unos días para reflexionar si lo hace o no. Así que si ha habido alguien que creyera que Pedro Sánchez dimitiría es que no leyó el editorial del diario ‘El País’ el día después del anuncio del retiro. Esta frase: «La trayectoria de Pedro Sánchez se ha caracterizado por su querencia a los golpes de efecto…». Su querencia. Golpes de efecto. Si una tarde de abril un presidente….
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