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PIEDRAS

Cantautor

De mi afición a la montaña sobre todo recuerdo las piedras. Y su relación con el cielo. Estuve diez o doce años seguidos yendo a los Pirineos con un montón de amigos. Y fui un gran aficionado, hasta que las fuerzas y el tabaco me lo permitieron, a andar por la montaña. Y recuerdo las cimas, con el cielo al alcance de tus manos, con una luz y un aire que queman de claridad y pureza. Pero sobre todo estaban las piedras. Las de alta montaña, ya sin vegetación, que asustaban y sobrecogían, enormes y pulidas por el viento y la nieve. Debajo de ellas el ruido del agua y el viento. Y sus formas extrañas de dragón, de cáliz, de mujer dormida, de animales fabulosos en inverosímil equilibrio de fuerzas contrapuestas, como esperando al peso de la pluma de un ave para echarse a rodar.

También visité y admiré en repetidas ocasiones la Pedriza de Madrid, los Barruecos de Cáceres, el Torcal de Antequera. Para sentirme frágil ante tanta dureza. Piedras que vibran en las mejores catedrales góticas, piedras que fueron lienzo de los pintores rupestres, que fueron sus herramientas, piedras para vencer a Goliat, piedras para la molienda de trigo y aceite, piedras de nuestras casas, de nuestros altares, piedras convertidas en arte. Piedra filosofal.

¿Y qué decir de las pequeñas piedras? ¿Quién no ha jugado con sus hijos a recoger guijarros junto al mar? ¿Quién no ha jugado a tirar piedras al río?

A lo mejor admiramos su dureza y a la vez su ductilidad para dejarse modelar por el agua y el viento, su resistencia al tiempo, su verticalidad, su unión de fuerzas contrarias, su capacidad de rodar y rodar. A lo mejor somos como piedras llegadas, no sé, desde los astros. Piedras pequeñas y humildes, como tú, tal como dice la canción y el poema.

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