Síguenos en redes sociales:

SI MI MUJER SE RAYA, MI HIJO SE ENCHUNGA

Periodista

Mi hijo tiene 18 años, toca en un grupo de rock, estudia bachillerato y a veces se enchunga. Mi hijo gasta barba de mormón, unos pantalones donde caben tres y un gorro de lana tipo asaltante de gasolinera norteamericana. Calza zapatillas de las que llaman pisahuevos y suele vestir una sudadera bajo la que aparecen varias camisetas de mangas cortas, semicortas y largas. Como es tan hipocondríaco como su padre, he conseguido que no se agujeree las orejas, la nariz, la lengua, los labios ni otras partes del cuerpo más recónditas; tampoco se ha estampado mariposas ni dragones en su piel y todo ello gracias a que un día le expuse una estadística sobre los estragos de la hepatitis entre quienes se tatúan y se plantan piercings.

Pero mi hijo, a pesar de tanto desenfado y tanta parafernalia, se enchunga. Le sucede, sobre todo, cuando su madre se raya. Yo no me rayo porque ya se sabe que los padres vamos de coleguis y hasta ponemos cara de que nos gusta el Dead Metal, el Ska y La Polla Records. Pero a las madres no les va lo del colegueo y claro, se rayan. Rayarse, lo habrán adivinado, es enfadarse, y enchungarse es deprimirse o, para ser más preciso, estar de mal rollo. Yo entiendo que te enchungues si una pava pasa de ti como de la mierda, pero no comprendo que un adolescente se raye, sobre todo si tiene una peña de notas tan enrollados como los de mi hijo. ¡Ahí es nada! El Quedao, el Muerto, el Meta, el Farlopo... A veces van juntos a recitales de Nu Metal o algo así y bailan.

En una ocasión, mi mujer y yo, sorprendidos, o mejor, flipando al oírle decir lo del baile, nos colamos en la Belle Epoque para verle tocar con su grupo y ver cómo danzaba su peña. ¡Santo cielo! No bailaban, sino que se empujaban frenéticos como hormiguinas rojas rabiosas en una ceremonia extrañísima que recibe el nombre de mosh. Mi mujer estuvo a punto de rayarse, pero yo le recordé que ella bailaba el twist, que es un nombre mucho más terrible, y su madre danzaba el fox-trot y la cosa nunca pasó más allá del escándalo.

Mi hijo, a pesar de su barba yiddish y su gorro de lana, es buen tío, pero los tenderos, la policía y la gente corriente no deben de pensar lo mismo. La otra tarde pidió la hora a un caballero por la plaza Marrón y el hombre dio un respingo y empezó a recular como suplicando clemencia y gritando: No tengo nada, no tengo nada... En las multitiendas, no le quitan ojo y le cobran el pan Bimbo saltándose la cola para que desaparezca cuanto antes. Y por la noche, cuando regresa a casa por la avenida Isabel de Moctezuma, la pasma ya lo ha parado dos veces y le ha pedido que se identifique. En el fondo, mi hijo es tan de Cáceres de toda la vida como yo: cede el paso a las señoras en el ascensor, saluda con sonrisa primorosa a los amigos de su abuelo y participa en los conciertos que organiza Javier Castellano.

Yo creo que la culpa de su enchungamiento la tiene mi mujer, que como nació en Burguillos del Cerro, no lo comprende y claro, se raya. Le he dicho que no se preocupe más, que le pida a Saponi un carné de cacereño de toda la vida y que cuando mi mujer se raye y la pasma o los tenderos sospechen, les enseñe su acreditación de RH cacereño y que se jodan, o sea, que se enchunguen.

Pulsa para ver más contenido para ti