Historiador

Hace por ahora veinticinco años realizábamos los preparativos para celebrar el ´I Congreso de Emigrantes Extremeños´ que se desarrolló en agosto de 1977 en Cáceres, con clausura en Badajoz.

Habíamos logrado poner de acuerdo a casi todo el movimiento asociativo y el debate fue fructífero, a pesar de todas las desavenencias iniciales. A partir de ese embrión se instituyó más adelante la celebración de otros dos congresos consecutivos que desembocaron en la creación del Consejo de Comunidades Extremeñas, dentro de la Junta de Extremadura. Desde entonces hasta ahora, el intercambio con nuestros paisanos en la emigración ha sido extraordinariamente fluido y muy favorable para la comunidad extremeña, tanto establecida en el exterior como aquí residente.

Ahora, aquella emigración que desde 1960 a 1975 nos había sometido a una brutal sangría, sacando de nuestro territorio a casi 800.000 personas, no es más que el recuerdo de tan brutal éxodo y el enriquecimiento mutuo de ambas comunidades hermanas.

Pero, al mismo tiempo que se cortaba nuestra hemorragia, asistimos paulatinamente a la llegada de inmigrantes que buscaron en nuestro suelo el pan que en su tierra no tenían. Este flujo se aceleró en los últimos años y ahora somos una comunidad claramente de recepción de emigrantes. Buen momento el actual, por tanto para contrastar experiencias. Para sentar en una misma mesa de reflexión a representantes de nuestros antiguos emigrantes y a representantes de inmigrantes actuales en nuestro suelo, ver parecidos y diferencias en la aventura del asentamiento y avatares laborales.

Nosotros, que fuimos un pueblo errante, tenemos un compromiso especial con los que ahora nos sustituyen en la aventura, buscando en nuestro suelo su porvenir. Bueno será que lo tengamos en cuenta para evitar cometer los atropellos que muchos sufrimos y ser consecuentes con nuestra dignidad como pueblo concienciado con los que más lo necesitan.