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ALTERNANCIAS

Historiador

Los cambios son buenos, se suele oír. Ahora bien, ¿son siempre necesarios? Y, mejor aún, ¿son mensurables? La alternancia y más en política tendríamos que entenderla fundamentalmente desde el punto de vista espiritual, antes que el material, el cual, por otra parte la propia degeneración humana determinará su final.

Por tanto la apreciación estricta de las sustituciones precisa una compilación, al menos en este ambiente de muchos más factores que los meramente temporales. Algunos optan por delimitar el número de mandatos o las etapas en las que se mantienen al frente de determinadas responsabilidades. Otros prefieren ver cerrado su ciclo con un repaso de su trabajo o con el inicio de una transformación que revolucionará o completará lo que le ha antecedido.

Unos critican que siempre se mantienen en los mismos puestos las mismas personas. Otros que sea una reducida la nómina de individuos que protagonizan la vida pública. De todas formas cuesta trabajo entender por qué se tiene que marchar el que lo hace bien. Entiendo que en una cultura como la nuestra, donde la imagen es preponderante, la no existencia de flujos de entrada y salida, la incapacidad para generar nuevas élites, su impedimento o el mero hecho de perpetuar, en muchas ocasiones, vacíos, entes que siempre han estado allí y que o bien, poco tienen que aportar, o bien no sabrían dónde ir, coarta la existencia de un dinamismo natural. Y así nos pasa. Que cuando alguien abandona un cargo parece una catástrofe. Sólo falta que le den el pésame. Salvo la discreción que suelen hacer gala muchos de ellos, habría que considerar la interiorización de lo transitorio de este mundo. Falta pues, y sobre todo, pedagogía.

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