Escritor

Debo a un libro de Antonio Sáez algunos de los momentos más agradables e intensos de los últimos meses. Se titula Corredores de fondo (hice alusión a él en mi anterior artículo) y lo acaba de publicar Libros del Pexe gracias a una ayuda a la edición de la Consejería de Cultura.

No es la primera vez que Sáez escribe acerca de Portugal o, más exactamente, de la "literatura en la península Ibérica a principios del siglo XX" (subtítulo del libro que comento), del diálogo entre los escritores españoles y portugueses de las primeras vanguardias. De esa faceta como investigador ha publicado Orficos y ultraístas y Adriano del Valle y Fernando Pessoa (apuntes de una amistad). Este libro, que también pertenece, ya se dijo, al mismo ámbito, lo atribuye el profesor de la universidad portuguesa de Evora y joven poeta a su condición de lector. Puede enorgullecerse, como Borges, de lo que ha leído porque la nómina de volúmenes y autores citados es larga. Larga y sorprendente. Allí se habla de "una tropa de poetas atragantados de futuro" que establecieron sobre las gastadas metáforas del viaje y la ciudad su propia literatura, tan desconocida, a veces, como ellos. Una literatura, conviene decirlo que tiene un mismo aire de familia. No en vano Sáez anota que le "gusta pensar que los poemas y las crónicas de los decadentes y los modernistas ibéricos componen un texto único, repetido y repetitivo hasta la saciedad, escondido entre velos y máscaras, juegos de espejos y cajas chinas. Un texto único que fuese como un viejo palimpsesto".

Sus versos están teñidos de saudade, dolor, melancolía, esplín, tedio y, en fin, de todo eso que alumbran con luz crepuscular los vates de principios del siglo pasado. Podrían parecer una mansa manada de "animales melancólicos", por usar el término empleado por su hermano Luis (libros fraternos y complementarios éstos), raros que sobreviven en el inefable mundo de la provincia. Gente que pudo adoptar como lema la frase de António Botto: "En cualquier momento de la vida está toda la vida".

Por la crónica de Sáez, irónica, lúcida y un punto sentimental, circulan poetas de ambos lados de la frontera que se empeñan en demostrar casi cien años después que los modernos, los representantes de "lo Nuevo", fueron ellos y no los del frío y selecto club del 27, tan distantes e ilegibles (salvo Cernuda). Me ha gustado reencontrarme con viejos amigos como Pimentel, Sureda y Monterrey (uno de los pocos extremeños de la cuadrilla). Descubrir a otros, como Sardinha (un integrista que murió en Elvas, autor de una línea memorable: "Por todo el mundo hay tierra portuguesa") o Brandao.

Ha ido Antonio Sáez "guardando versos y días" y nos lo ha contado como si de las páginas de un diario se tratase. Su tono es el de lo dicho en voz baja, mientras se conversa. Tiene ese matiz confidencial de lo que se dice entre amigos. Se habla allí de "actores secundarios, de corredores de fondo en la competición de la historia de la literatura". Aunque estos tristes personajes de novela (la que podría escribir su autor con estos mimbres) estén marcados por el estigma del fracaso, uno encuentra en sus vidas monótonas (que son acaso sus mejores obras) la grandeza de las vidas logradas, tal vez porque sólo quisieron apoyarse en la inútil conciencia de "las horas perdidas".