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TIEMPOS DE INTROSPECCION

Catedrático de la Uex

Con la llegada de diciembre el otoño ha apretado el acelerador y nos ha colado en el alma los primeros efluvios de un frío desapacible y húmedo. Ha coincidido con la celebración de los 25 años de la Constitución y con el aniversario del desastre del Prestige , de la que se exhibe una magna exposición fotográfica sobre la marea negra en Cáceres.

Ambos hechos históricos nada tienen que ver entre sí. No coinciden en el tiempo, ni se encuadran en un mismo plano de jerarquía. No tienen la misma trascendencia social, y ni siquiera hay nexos que permitan comparaciones. No obstante, hay algo en común, fuertemente expansivo, con posibilidad de diseccionar en un día cualquiera. Ambos acontecimientos coinciden en una actualidad y ambos se ven rodeados por voces tejiendo hilos de seda artificial a su alrededor. Voces interesadas en tapar, falsamente, los agujeros que atraviesan la piel de la convivencia. Agujeros, en fin, extendidos por la faz de nuestra tierra por los aguijones de algunas palabras, con la única pretensión de ser hegemónicas sobre las de los demás.

Hace poco tiempo, Manuel Rivas nos decía que "el verdadero ruido de la marea negra fue el silencio". Sus palabras son evocadoras, no sólo de la tragedia recogida en las 103 magníficas imágenes de la expresión fotográfica sobre el Prestige . Lo son también de la inmensa mayoría de los ciudadanos, que asisten, en silencio, a un rosario continuo de juicios dados desde la platea de la política. Pero dados más para justificar los propios desafueros, que alumbradores de refugios para cobijo común en estos días con preludio de frío invernal.

Decía Pascal que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Yo no puedo adivinar los entresijos de las fibras cardíacas que adoran a un Dios representado en la figura de Sabino Arana. No comprendo a quién quiere escribir el guión de la utopía desde un grito por una Cataluña libre. Pero tampoco puedo compartir otros corazones, más cercanos, empeñados más en demostrar su verdad, que en buscar fórmulas para la convivencia. Sólo puedo atisbar, desde la razón, que el futuro esconde cada vez más frío y más nieve.

Y todo ello me lleva, con el recogimiento de los pensamientos, a mirar hacia el alma. Ultimo reducto que tenemos los seres, con apellido humano, para buscar las razones que nos conmueven. Aunque sea con la difícil tarea de conjugar la razón con el corazón. Pero con el ideal de poner por delante la solidaridad de la mayoría silenciosa, como fue la respuesta de miles de voluntarios españoles al desastre del Prestige , antes mejor que situar en el primer plano el egoísmo del interés grupal, como gen dominante de la vida social.

Con todo, cabría la ilusión de imaginar el futuro desde la esperanza reflejada en los valores de los pensamientos de gentes como Cándido Dalama, quien considera a nuestra sociedad como una suma de solidaridades, y a las personas, sus componentes, como antítesis de la voluntad de poder. En rebeldía con el poder visto como un fin en sí mismo.

Antes llegaría una primavera más duradera.

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